mortal, nuevo libro

 



Como muchos sabéis ya, hoy día 12/12 aparece mi nuevo libro, llamado mortal, así, en minúscula. Porque minúsculo es también el espacio que tenemos, el cuerpo que tenemos, nuestra presencia sobre la tierra. Como habréis imaginado, es un poemario que habla sobre la muerte. Pero no es un libro triste o pesimista, sino que busca, al enfocar la muerte, diferenciar el grano de la paja, lo superficial de lo real, para tener una vida mejor, con más sentido, más consciente.

Obviamente, el tema del libro está relacionado con el COVID. Y no solo la propia enfermedad, sino una especie de tristeza que se ha quedado, una incertidumbre por un futuro que da miedo y que mucha gente piensa que es mejor no explorar, que es mejor lo malo conocido.
Para intentar romper ese miedo, que también es mío, nace mortal. Porque el tiempo es uno, se acaba, y yo, como el maestro FGL:

Yo no quiero ser más que una mano,
una mano herida si es posible.
Federico García Lorca.

En el libro hay poemas más potentes, otros más sutiles. He seleccionado este, el número 51, para que lo conozcáis un poco:

Si tuviera un trozo de madera por escribir,
o un hueco en la tierra,
o una telaraña por explicar,
podría decir que en mis manos el tiempo daña por su peso, no por su filo.
El tiempo,
mi tiempo,
–el escurrido placer que sorbo de los minerales y los ojos, ese alarido silencioso que no me deja guardar las frases ni los sacapuntas–,
me araña con su mirar distraído y me destruye.
No es necesaria la épica para hundir a un hombre,
tan solo esta agricultura del daño,
este huerto con las ramas secas de la memoria,
las calles destruidas para siempre,
la falta de manos en la escalera del sí,
hacer de la faringe una flauta para tocar la música imposible que nos junte de nuevo.



Un rato con Esther Peñas y María Negroni en el Teatro del Barrio (Madrid)

Digamos que no fue nada importante, que hoy no hay portadas de periódicos reflejando lo que vivimos ayer en el Teatro del Barrio, pero a mí sí que me gustaría contar mis impresiones sobre lo que nos ofrecieron Esther Peñas y María Negroni ayer en el Teatro del Barrio de Madrid y cómo lo sentí. 




Para empezar, entré en la sala bastante impactado por ver un teatro lleno para ver y escuchar a una poeta. Me pareció ilusionante, así os lo digo, esperanzador. 

Para seguir, me gustaría hablar un poco de Esther Peñas, que hizo la presentación de la poeta invitada. Esther fue delicadísima, precisa y generosa en imágenes para mostrar a Negroni. Fue hermoso presenciar cómo nos hizo partícipes de su entusiasmo, no solo de la poesía de María Negroni, sino de la propia relación humana, poética que, como un chispazo, a veces sucede con la lectura o la conversación. De hecho, cuando Esther terminó su presentación, la autora argentina se quedó sin habla, un poco abrumada por el cariño y el alago sincero de su compañera de escenario. Fue tierno ser partícipe de esta amistad y admiración sincera. 

Nunca había visto a María Negroni. Ni siquiera en vídeo, y lo primero que sentí fue su delicadeza. Como si estuviera sujetada por pilares débiles pero convencidos, que dejaran salir una voz que habla y hablará sobre la esencia de las palabras, su materia imposible. Hizo una lectura de 3 o 4 poemas de 4 de sus libros y luego contestó algunas preguntas, pero la sensación que tuve al escucharla fue que compartía su duda por el lenguaje. Esto es lo que más me gustó. A diferencia de otros poetas que buscan analizar, abrazar y exprimir la palabra, María Negroni admitió en sus poemas precisos, deslumbrados y cómplices, que no entiende muy bien el proceso de la palabra y que le gustaría «escribir un libro sin palabras». Qué belleza y qué emocionante fue este encuentro de honestidad y pasión por la palabra y la poesía en un martes cualquiera en el que las palabras seguirán siendo insondables, pero un poco menos. 




Los fluorescentes

Guillermo Lorca García





Los trabajadores salen por la noche con su cerbatana, su talega y entran en la selva descalzos, con los ojos transparentes. Son un peine en los mechones desconocidos de la jungla, callejuelas efímeras que se tragarán la oscuridad y sus ruidos. Como mineros lanzados a las pepitas oro, los ojos de sus cerbatanas miran, rastrean y encuentran luciérnagas como estrellas mundanas, como esquirlas de luz, como botones perdidos del día en la noche. Lanzan sus alfileres de sueño y aciertan, a veces, los cuerpos minúsculos y brillantes que quedan dormidos al instante. Después, las recogen con dos dedos y una oración, las guardan en sus talegas y vuelven a casa. La selva no guarda rencor y cierra los caminos abiertos, como un acordeón vivo, a la espera de una próxima canción.  

Antes de la mañana los trabajadores se levantan, se ordenan, se peinan, comen y salen hacia la fábrica. Algunos en autobuses, otros caminando, todos con las talegas llenas. Y la fábrica les saluda a lo lejos, con su presencia de cárcel, su alma de hogar infecto.

Cada trabajador llega a su puesto, lanza las luciérnagas a su mortero y el pilón de piedra machaca las golpea, las aplasta, y deja tan solo una arena de luz en el fondo, una playa de silencio y soles cansados. Después, abren una trampilla al fondo del mortero y alimentan el tubo del fluorescente hasta arriba.

Ese fluorescente será empaquetado, precintado, enviado y abierto muy lejos, en un lugar donde no existe la selva, donde la luz se esclavice, donde la luz sea utilizada como un látigo, donde las luciérnagas al fin obtengan su venganza.

El verano, la playa, los pies desnudos


Playa de Manta, Ecuador, 2013

Los animales humanos nos escapamos de lo humano y nos volvemos más animales en la playa. Ese es nuestro espacio para volver a la infancia, a lo no racional, al estar y no pensar demasiado. Lo que me gusta de la playa es que no hay nada que hacer. Estás ahí y ya está, no hay tareas. Vas un rato al mar, te sales, te pones al sol, lees ese libro –que durante la semana, lejos de la playa, se te hace bola y sin embargo aquí te parece interesantísimo–, haces tontunas con la arena, recoges conchas, juegas un rato a las palas... y da igual cuál sea tu cargo en el mundo del lunes a viernes. Qué vida tengas, si es atareada, tranquila o lo que sea. Aquí, en la playa, eres un animal humano. No hay agendas, los relojes se funden y no hay tarjetas de crédito ni billetes. Las olas del mar siguen llegando a la orilla pase lo que pase. Tú llegas, te vas, vuelves a los meses, y el decorado de la playa sigue igual. Para mí, que no soy de la playa sino de montaña, llegar a la playa, estar con los pies desnudos, es una manera de terapia. 

Comentario a Gozo, de Azahara Alonso

Estamos a 28 de agosto. Lunes, además. Para muchos se acaba ese periodo de calma y libertad llamado vacaciones y empieza otro, un periodo de prisa y encierro llamado trabajo y por eso me ha parecido buena idea aprovechar el gozne entre el sosiego y el desasosiego (que cada uno escoja cuál es cuál) para escribir este cortito texto sobre el libro Gozo, de la escritora y pensadora Azahara Alonso, que leí hace unos meses y que justo esta semana, estos días, me ha vuelto a la cabeza.

No os voy a engañar: mi cercanía con Azahara precede a este libro. Ha sido mi profesora los dos últimos años en un curso de escritura y filosofía en el Centro de Poesía José Hierro. Obviamente me interesó su libro, porque la admiro en muchos aspectos, pero sobre todo me interesó su punto de vista sobre el proceso de escritura, el tema y la reflexión a la que nos invita.

 

Gozo es un libro pantanoso, valiente por su capacidad de escapar, es evocador, sugerente y mestizo. No es una novela al uso, por supuesto, y en ella Azahara alumbra y oscurece lugares, costumbres, hábitos para ponernos a nosotros, a los lectores, frente a un espejo.

 

Este libro, que es una pregunta sobre el trabajo, las vacaciones y, sobre todo, sobre el tiempo, busca sacudirnos. No pretende, creo, en ningún caso, establecer dogmas ni caminos sino que, a través de una isla, un paisaje, unos personajes, el lector pueda sentir la incertidumbre de aquel que viaja por incomodidad o búsqueda –que es alguien en las antípodas del turista–, por ensanchar y enriquecer la cotidianidad y no enterrarla detrás de un avión y un mojito.

 

Como buena filósofa que es, Azahara plantea preguntas, situaciones, no cierra escenarios ni acciones, sino que las deja flotando para que nosotros, los invitados, podamos completarlas añadiendo nuestras propias reflexiones. Esta situación puede crear incertidumbre a aquellos que buscan en Gozo una novela al uso, algo que leer sin alterarse mucho, pero es que Gozo es otra cosa. Hay que entrar en Gozo, creo, experimentarla, para que nos suceda.

 

Otro aspecto que quiero comentar aquí es la cantidad de «amigos» que trae Azahara a Gozo para que la acompañen. Escritores y filósofos aparecen no como meras comparsas o espirales autoreflexivas o pedantes, sino que añaden contenido y llevan la narración a otra altura, más compleja y líquida, también mucho más nutritiva. Para Alonso, desde luego, estos autores son una parte de la realidad que nos quiere transmitir, mucho más necesaria, por cierto, que un punto en un mapa o un nombre concreto.

 

Y ya con esto termino. Como habéis visto, ni he citado partes del libro, ni autores mencionados por la autora ni ninguna otra precisión, pero es que creo que es mejor así. He dejado el nudo de la reseña sin apretar por emular el estilo de Azahara Alonso en Gozo. Ojalá que os haya animado a echarle un ojo.

 




Más o mejor

Durante muchos años, confieso, fue muy presuntuoso. Me creí capaz de abarcar y digerir el mundo entero, con sus atomizadas maneras de pensar, sus complejas maneras de relacionarse y con idiomas de aquí y de más allá. No voy aquí a enumerar (creo que lo he hecho demasiadas veces) los países en los que he vivido, las lenguas que hablo o los títulos académicos. Estas capacidades (si lo son, que lo dudo), me han llevado a una escala externa a la de mi pueblo (obviamente), y me han enriquecido enormemente, pero, de lo que no se da cuenta la gente es que más no suele ir acompañado de mejor. Lo explico:

Todos estamos en el pantano del más. Esto es así. Vivimos en el capitalismo, y, por su propia definición, es expansivo, global, voraz y omnívoro. Y, así, te enseñan a ser y a comportarte, incluso aunque tengas, como era mi caso, una ideología contraria. Incluso en la reacción queda impregnado el mismo método del más. Porque si el más capitalista tira por aquí, pues yo, que soy el más anticapitalista, pues tiro para allá. Buah, y qué pedante puede ser un anticapitalista intenso. Uf, pedante, pedantísimo, pesadísimo. Seguramente igual que su contrario, partidario de las supuestas bondades del capitalismo. 

Pues eso, básicamente, ha sido mi reflexión. Ya no busco abrazar el mundo, descubrirlo, sacarle jugo. Siempre recordaré y suelo hablar de este momento para ejemplificar lo que pienso. Cuando, en 2011 fue el 15M, con su ilusión, con su globalismo, con su potencia y su ingenuidad, yo necesitaba vivir en Madrid, en la ciudad, porque Madrid era un vértice, todo estaba a punto de suceder, el mundo y el cambio era asequible. Y, como yo, lo creímos muchos. Y qué bello fue. 

Sin embargo, la ingenuidad y la prepotencia pueden ir de la mano, ya ves. Y yo fui bastante prepotente al pretender que los ideales de 4 locos (éramos 4 locos, qué le vamos a hacer) se impusieran a una mayoría que, en aquel momento, estaba más o menos tranquila en el bipartidismo. 

Por eso, con el tiempo empecé a pensar ¿Qué necesidad tengo yo de convencer a los demás de que mis ideas, de que mi mundo es más bello, más justo, más necesario que el suyo?, ¿hablo yo o habla mi ego?

Por eso, ya no busco el cambio de la humanidad a partir de mis puntos de vista o mi criterio sino que actúo donde puedo actuar. Hablo con quien puedo hablar y hago lo que puedo hacer, pero ya no me frustro. Escribo, leo, sigo creyendo y dejando de creer, contradiciéndome. Escucho a una vecina que tiene 80 años y que seguramente habrá votado a VOX y leo libros anarquistas. Ya no pienso en el más sino en el mejor, y en este mejor cabe el fracaso y la derrota. También el descanso y la paciencia y queda fuera la competición. Pero respiro, la revolución ya pasó, como todas, y demostró que fue posible pero a costa de ser otra cosa. 

Ahora vivo en mi pueblo de siempre, tranquilo, aprendiendo cosas poco a poco, intento leer solo un par de libros al mismo tiempo, que la ansiedad no me paralice. Escribo, de vez en cuando, tampoco con necesidad, como en la época de Ojo y ventana o Cercanías y escribo estas reflexiones porque me apetece, aunque no las lea nadie aunque habrá algún interesado que dé me gusta para ver si le cae algo por mi parte.

Vamos, resumiendo: que para apreciar lo que tengo (que no tengo, sino que me sucede o sucedo yo con ello, más bien) es necesario bajar las revoluciones y mirar mejor, dejar que el tiempo me suceda. 


Raíces, barro y avispas




En la piscina pública crecen los ojos como medusas gigantescas
y allí aprendí la dimensión del mundo,
la textura de los pezones en el agua,
el veneno de la cercanía de los cuerpos mojados,
y un derroche de crema solar,
pequeña resistencia a convertirnos en madera viva y feliz.

Escuadrones de animales a medio hacer,
olor a lejía y bocadillos en papel albal.

El verano se dejaba acariciar sobre un abecedario de toallas sobre el césped salvaje,
raíces, barro y avispas,
vida despeinada.


El sol nos secaba la ropa y nos aligeraba,

nos volvía casi transparentes,
nos hacía cómplices de lo líquido,
sudorosos,
animales en la intemperie de la tormenta de luz.

Esa fue la frontera, la cúspide del termómetro,
ahí quedó la meta,
abandonada,
y lo que quedó fue un enfriarse, una resaca de luz,
un resfriado insoportable.



Los atragantados de incertidumbre

 


Los atragantados de incertidumbre, los que nos salimos del camino asfaltado, los que salimos por la noche, los que nos colamos en la piscina municipal, los que de 1 moneda de salario sacábamos media moneda para libros y la otra para caos, los que no pudimos subir a la zodiac que golpeaba el calendario y derrotaba su oleaje de días repetidos. 

 

Somos nosotros los que no tenemos casa, los que coleccionamos contratos de alquiler, los del éxodo de la especulación, los que tuvimos sueños de parejas y hogares, los que tuvimos gato, o perro, y los que no tenemos nada. Los que viajamos, los que lo intentamos, los que perdimos, los que perdemos, los que perderemos, esos somos. Los que no acumulamos, nos resbala la serenidad y la desidia nos crece como mala yerba. Ansiosos, depresivos, blanca la piel tras las ventanas de casa para no gastar, los que cruzamos la noche como bultos sospechosos sin hacer ruido, los que bajábamos la vista, los que nos pusimos a tu lado sin ninguna razón, como animales pequeños que se dan calor en la torpeza, los que mentíamos en la pregunta ¿De qué trabajas?, los que mentíamos en la pregunta, ¿qué tal te va?, en la pregunta ¿cómo estás? porque somos nosotros los que arrastrábamos el cuerpo y nos sentíamos culpables por todo y por todos. 

 

Somos nosotros a los que el autobús nos escondió en su tripa, los que escuchábamos en nuestros cascos el lenguaje encriptado del mundo que lo explicaba y no hacía tanto frío. Los que teníamos amigos y grupos de amigos, pero éramos y somos solitarios, amputados de felicidad duradera, siempre sobre ella la niebla de la melancolía o del miedo.

 

Nosotros los apuñalados de culpa, los apaleados por el mercado laboral y la esperanza, los que no encajamos, los que tampoco huimos, los que llamamos a los amigos y los amigos eran esposos, los que llamamos a las amigas y las amigas eran esposas, los que llamamos a los amigos y los amigos eran padres, los que llamamos a los amigos y el pasado no responde, ha cambiado de teléfono. 

 

Somos nosotros los que soñamos un pedazo de estabilidad llamado oposición o trabajo fijo, los que apuntamos los ojos a un pedazo estable de mundo y ahí establecer nuestro pequeño comedero y nuestro pequeño cubículo.

Somos nosotros los que respirábamos ansiosos en las cuevas secretas de los libros, los que recogíamos su discurso abandonado, los que escribimos en el lenguaje que nadie entiende, los poetas sin público, los escritores de nadie, los débiles que queríamos salvar el mundo con nuestros subrayados en el papel. 

 

Somos nosotros los que estamos enfangados de pasado, de aquella gota de pasado feliz que no nos deja vivir,

los que probamos alquimias de arte y se nos olvida hacer la comida,

los que probamos equilibrios de arte y se nos olvida mirar al frente y nos golpeamos,

somos nosotros los que no tendremos hijos, los que apuraremos el vaso, los que construiremos la nada, los que estamos mezclados con el barro y la grasa.

 

Los que bañamos todas las brújulas en el sabor dulce del amor, los que creímos en su certeza ineludible, en su verdad, en su delicada manera de hacernos dichosos con un pan compartido, con una lengua compartida, con las cerezas del deseo. Fuimos nosotros los que pusimos toda nuestra paz en un dedo llamado amor y el dedo se quebró y el gimnasta al suelo. Nosotros los que recuperamos poco a poco el habla después del amor, los que, otra vez,

sobre aquel dedo atrofiado, toda nuestra paz y nuestro futuro y de nuevo llegó la fractura, pero nosotros no sabemos otro baile, otra posición en el mundo, otro camino más verdadero que aquel, a pesar del hundimiento. 

 

Somos nosotros los que cambiamos los pilares de la casa por tendones, por músculo para aguantar los golpes, para caminar o salir corriendo, para huir

y somos nosotros los que, en esta pandemia de desconsuelo y desesperación, de ansiedad y dudas, de tristeza y soledad, no nos sentimos solos porque siempre hemos estado solos, recolectores de frustración ya no nos frustramos,

fieles del volver a empezar no nos asustamos por la derrota general,

expertos en la frustración no nos frustra la caída de los sueños generales,

la caída del sistema que nos arrinconó,

del sistema que nos señaló con el dedo y nos hizo diminutos,

nosotros, los condenados a mascar y digerir desconsuelo nos consolamos con el volver a empezar,

nosotros, los amputados de esperanza tenemos esperanza por un mundo nuevo,

nosotros, los astillados y marcados de cicatrices no tememos las nuevas heridas,

nosotros, los que perdimos la fe en aquel mundo mantenemos la fe

para el mundo que viene.

 

La pena (Elecciones Municipales 2023)




¿Qué especie de ser vivo es la fe? 
¿Cómo se mantiene en pie su estructura?
¿De qué están hechos sus huesos para sujetar unos músculos imposibles?

La fe esquiva los golpes durante un tiempo,
sigue en pie, sigue caminando, 
pero también la fe, 
que es un ángel y un camino, 
que es la amalgama de lo bello y lo imposible, 
también la fe termina siendo apaleada, 
escupida, 
atenazada y condenada al suelo. 

Y el milagro de este ser vivo que es la fe se apaga
deja en los ojos una pequeña marca:

la ceniza dolorosa de lo que fue, 
la herida de un futuro sin esperanza. 

II

Quedará la pena,
quedará la plenitud de lo perdido, 
las venas que fueron un cauce de futuros ahora son un atasco, 
un metal pesado, un silencio incómodo. 

Quedará la pena, 
los arañazos de la fe sobre el mundo serán olvidados, 
todo sucederá a ras de suelo
y habrá un nuevo continente hecho con escombros de luz, 
se llamará «Lo perdido». 

Habla de fútbol, friki

Valparaíso, Chile


La televisión en negro. Pienso en ese negro, la oscuridad rectangular y profundísima y cómo el tiempo es una parcela dividida en usos horarios, parrilla televisiva. 

Hace años que no veo la televisión diariamente. Ese orden repetido se perdió, primero, en multitud de voces de la TDT y, después, quedamos a la deriva de internet y su «hágase usted mismo su tiempo», ¿entiendes?

Porque ahora cada uno elegimos nuestra parrilla de consumo multimedia pero antes, el abanico limitado de canales unificaba las charlas, los tiempos muertos: «¿Quién crees que ganará, Freezer o Goku?«, »Kimi y Valle como que son lo mejor, ¿no?»

Echo de menos la sujeción televisiva como quien va de primeras en escalada. El vértigo me guía, pero en la altura ando solo. Este camino que empiezo cada mañana en internet es mío y nadie lo repite y en la libertad (limitada, obvio, no seamos tan naif) no hay manada, estamos solos. 

Y si en internet aparece esta soledad, el páramo de las elecciones únicas, no te digo ya nada con la poesía. La combinación imposible de lecturas, sensaciones, emociones que provoca este género minoritario hace que las conversaciones sobre tal o cual poeta, tal o cual tendencia, tal o cual poema, reboten en las paredes del cráneo y no huyan. Que sean soliloquio o no diálogo. 

No sé vosotros, pero cuando creces en un pueblo (menos gente, menos posibilidad de aficiones similares), el camino viene marcado. Si quieres mantenerte a flote, participar, «ser parte de», debes armarte un armazón de cotidianeidad, véase: fútbol, política, y, quizá, televisión como lugar común para participar con los demás. 

Por eso, habla de fútbol, friki.


Lenguaje / escritura (en proceso)

Vivian Maier

*

Limpieza 
 
Lo único que necesita un ser humano para ser poeta es: 
 
tiempo 
un cepillo 
un recogedor 
 
y que las palabras se posen en el suelo del cerebro, 
que descansen, sin viento, sus alas de significado.   


*
hablas y ordenas lo líquido,
tu lengua baila una coreografía en el teatro de tu boca,
y alguien, 
desde un patio de butacas con forma de cerebro, 
recibe el escalofrío de entender. 

*
La piedra del significante, la lluvia del significado,
y el poema será el cocodrilo que nazca en el charco. 


*

frotas unas letras con otras y sucede el fuego juego,
pero, aún más importante, 
desaparece el frío. 

*
El lenguaje es un animal que no tolera ninguna silla de montar.

*
Escribir poesía como quien cose lo dulce, como quien apaga el daño, como quien cierra un sobre con la lengua. 


Reflexiones sobre Yeguas exhaustas, de Bibiana Collado (actualizado 17/4)

 

Hace más o menos un mes mi pareja y yo terminamos de leer el libro Yeguas exhaustas, de Bibiana Collado (https://twitter.com/BibianaCollado) y, como hace tiempo que colaboro con el portal cultural Killedbytrend, pues escribí una reseña, que podéis leer aquí:

Bueno, pues el caso es que ayer la autora valenciana presentó el libro en Traficantes de sueños y, como no era una presentación de un libro de poesía sino una presentación de una novela (que muchos ya habíamos leído) se montó una charla muy interesante con Carolina León (https://twitter.com/carolinkfingers) preguntando y moderando y algunas personas del público preguntando. Lorena Mora (https://twitter.com/EnraizarteP), que es mi pareja y una gran y afilada pensadora, escritora y ser creativo, hizo algunas preguntas muy interesantes sobre el libro y, volviendo a casa, seguimos debatiendo el tema.

Como entiendo que no habéis leído el libro (os lo recomiendo, obviamente), os copio por aquí una sinopsis breve para poneos a tono:

Una madre, con los dedos rígidos de triar naranjas en un almacén y limpiar pisos de vacaciones de otros. Una hija, también con los dedos rígidos, pero de teclear papers, tesis y mil trabajos académicos. Y algo que no encaja. La sensación de que debería estar pasando algo que nunca llega a pasar. Este libro nos presenta un rosario de mujeres extenuadas. La falsa promesa del trabajo duro se hace añicos entre estas páginas mientras suenan Camela o Estopa.

Yeguas exhaustas es la historia de una hija que tiene una relación de pareja dañina, que piensa en las heridas del cuerpo, en las tremendas diferencias de clase y sus implicaciones, en el clasismo del «mundo de la cultura», en el acceso al mercado laboral, en la endogamia universitaria y sus laberintos… en definitiva, en el averiado ascensor social.

Esta novela trata de manera certera el paso del siglo xx al xxi en España a través de la propia experiencia: «Me exploro, investigo, reinterpreto pedazos de vida. Juego y cuestiono. Busco causas. Busco alivio. Busco cómplices». Y sin duda los encuentra.

En Yeguas exhaustas Bibiana Collado Cabrera nos lleva a situaciones vividas y sentidas como individuales que en realidad son colectivas. Tan bien contadas, tan reales, que por momentos se nos olvida que estamos ante una novela.

en la web de Pepitas, la editorial del libro.

Lo ideal aquí es que pusiéramos un audio, o un QR o algo similar, para mostrar más verazmente la tensión de la charla, que fue emocionante, pero bueno, intento reflejarlo yo. Le diré a Lorena que lo revise antes, por si la cago. El caso es que Lorena y yo estuvimos hablando mucho sobre feminismo, complejos, clase pobre que deja de ser pobre, sobre la vergüenza de ser pobre, sobre el orgullo perdido de ser pobres. Y dijimos también que aquel que es pobre y consigue dinero sigue siendo pobre, que los ricos, ese lugar al que llega, esa atmósfera, no va a dejar que se integre porque sabe que no es realmente rico sino que el dinero va y viene y qué se yo. Y junto a esta palabra rico llegan otras como intelectual, profesor universitario, poeta, literato, académico y no, estas palabras tampoco respetan la escalera invisible de la meritocracia (esa palabra que es un lodazal), porque cuando llegas, al principio con vergüenza, pero poco a poco te empiezas a sentir cómodo en ellas por estudios, pasión, vocación, te das cuenta de que no perteneces del todo. Que en tu sillón cómodo no es solo que haya un zapato o libro puesto en punta que se te clava en el culo, sino que el sillón no es tan cómodo porque alguien se está encargando de quitarle el algodón poco a poco porque considera que tiene un culo muy gordo y PUEDE SENTARSE EN TODOS LOS SOFÁS.

Bueno, en realidad esto no lo comentamos ayer así, pero fue parecido. Y hablamos de la mancha que Lorena dice que los pobres se empeñan en limpiar y limpiar pero que no consiguen hacer desaparecer. También de que el pobre puede ser pobre pero sucio NUNCA. Y ahí le comenté yo la típica frase de «En mi hambre mando yo» que le soltó el jornalero al patrón y seguimos por ahí, hablando de conciencia, orgullo, que no todo son las perras y los billeticos pero que qué complejo es todo.

Parte 2 (17/4/23)

Venía yo del pueblo, alegre y caluroso, escuchando la radio de camino a Madrid cuando desde las Ondas me llegó a los oídos un tema que en su momento se instaló en el Neolítico de mis recuerdos musicales:

«en tu cocina tan prisionera de tu alma y tus dias con una
rutina de una loca»

Pues era un tema de Andy y Lucas, que es, digámoslo así, ese «rincón oscuro pero querido» que no quiero mirar por vergüenza. Y ahora, ya en el metro, escribo esta entrada en el Metro madrileño y recuerdo cómo lloraba yo con esas letras de Andy y Lucas y qué sensible y vivo me sentía. Sé que no es lo mismo, pero me ha venido este tema a la mente porque el otro día Bibiana trajo a la presentación el tema de la música de nuestra adolescencia o preadolescencia gracias a Estopa y, sobre todo, Camela y cómo en el libro Beatriz se convirtió en fan, como ella misma dice, «para que su madre la quisiera». ¿Y qué ha pasado entre aquellas sensaciones de adolescencia y nuestras sensaciones posteriores?, ¿Es parte de la construcción de la identidad renegar lo propio por buscar lo ajeno?, ¿Es obligatorio para todos?

Y es que hay un vínculo con aquellas obras de arte que nos hicieron vibrar en algún momento. Y, aunque ahora seamos otros, seguimos siendo también los mismos. Y esa vergüenza por el pasado, ¿qué sentido tiene?

Del miedo sutil a la Naturaleza 

 

Y cuando menciono Naturaleza no hablo de los procesos vegetales o minerales tratados por el ser humano y convertidos en paisaje, ampliados o reducidos para quedar a la altura de una mano, en la proyección de un ojo o en el esquinazo entre un sofá y un miércoles. No. Menciono Naturaleza y me refiero a la voluntad rabiosa que queda lejos, en la oscuridad donde los pasos vacilan y no encuentran suelo, en el hueco dejado por Dios, en el hueco dejado por el hombre.  
 
Y cuando menciono miedo sutil hablo de giro de cuello que enfoca lo cómodo y aísla lo desconocido. De la pimienta en el pecho que paraliza un sí y abre la puerta al camino, la autopista y los ascensores. No hay herida, no hay enfermedad ni daño, tan solo hay olvido. Porque hemos creado un escenario y no vamos a salir de él. Porque la curiosidad será ampliar el escenario pero nunca bajarnos de él. Siempre serán unas manos el origen de nuestros pasos, porque somos el objetivo de todos los mapas, el receptor del bisturí de los ingenieros.

28 de enero

La ciudad es una superficie en movimiento y en transacción monetaria. La ciudad no permite la pausa salvo para el consumo, el gasto, la entrega al Dios dinero. Mi hoy, 28 de enero de 2023, pero también tu pasado, hemos conseguido parar y no consumir. En un esquinazo de Lavapiés, rodeados de estímulos y llamadas a la compra, pudimos quedarnos parados, al sol de enero, a un sol de sábado y esperanza, y la alegría ha llegado a un punto que hemos podido volver a casa felices y vitaminados.

Te echaremos de menos, David

 

La última vez que nos vimos fue en el Ateneo Anarquista Lucía Sánchez Saornil, en La Cabrera, y nos vimos porque me habías contado que estabas ahí, en el Camping, viviendo con tu pareja, feliz de la vida, y yo te invité a participar. Aquel día compartimos poemas, un par de birras, y una charla maja sobre la vida, la poesía y las bondades de la Sierra. No te lo dije, pero desde que en 2011 te conocí como autor de Canalla, siempre admiré tu franqueza y tu generosidad conmigo aunque yo fuera un don nadie, un chavalín que acababa de sacar libro, que apenas había vivido nada. Y te doy las gracias, David, por tu generosidad, por tu poesía pero sobre todo por tu ejemplo.

Os dejo con el poema La autopista, uno de los que más recuerdo cuando pienso en David y su eterna melena:

LA AUTOPISTA
ya que tanto insistes
en que me lo corte
voy a explicarte
y será la primera y última vez que lo haga
por qué llevo el pelo largo

llevo el pelo largo
porque el ejército estadounidense
ofrecía una recompensa
de dos dólares
por cada cabellera de indio
que se le entregara
y los que la cobraron
así como los soldados
y mandos superiores
del ejército estadounidense
llevaban el pelo corto
o muy corto

llevo el pelo largo
porque el ejército franquista
en el patio de la casa en la que nací
le rapó la cabeza
a una de las mujeres de mi familia
cuyo hombre
acababa de ser fusilado
por negarse a defenestrar
niños de pecho republicanos
y los soldados que le raparon la cabeza
así como el resto de las tropas
y mandos superiores
del ejército franquista
incluido el puto francisco franco
llevaban el pelo corto
o muy corto

llevo el pelo largo
porque en el campo de concentración de mauthausen
a los deportados españoles
como ramiro santisteban
el superviviente octogenario que me lo contó
a los deportados españoles
una vez a la semana
los sábados
les hacían lo que entre ellos se conocía
como La autopista
esto es
les rapaban el pelo al cero
desde la frente hacia atrás

la autopista

y más adelante
cuando hitler estaba perdiendo la guerra
con ese pelo
se forraban las botas de los soldados alemanes

con ese pelo

y todos esos soldados alemanes
como también los que los sábados colaboraban
en el mantenimiento de la autopista
junto con sus respectivos mandos superiores
el hijo de la gran puta del fuhrer a la cabeza
y junto con el resto del pueblo alemán
llevaban el pelo corto
o muy corto

llevo el pelo largo por otra razón también:

muchas de las mujeres que conozco
me aseguran que con él así de largo
estoy mucho más guapo
y aparento muchos menos años
de los que en realidad tengo

así que en vez de estar dándome la gaita a todas horas
con que a ver cuando voy a que me corten el pelo
mejor te callabas la puta boca
eh
y te dejabas
crecer el tuyo