Rebeca Álvarez
Casal del Rey
Suponiendo la cicatriz como la posibilidad de la herida
Ediciones
Amargord
10 €
"Este libro
es la hostia" pensé cuando acabé de leerlo. Después, me dije, joder, soy
un poco sádico. Y es que en este libro hay oscuridad, sangre, y miedo. Pero
también terrenos en semioscuridad, que ocultan secretos y que dejan pasar,
tamizada, la luz, la esperanza. El otro lado, lo que queda más allá y que de
vez en cuando viene más acá, es lo
que perturba y fascina estas páginas escritas por Rebeca Álvarez Casal del Rey.
Otro lado producto de nuestra imaginación (a veces), que empieza, en el fondo
de la oscuridad y termina llegando a nuestros ojos, a nuestras manos. Suponiendo
la cicatriz... tiene cuervos y oscuridades de Poe, transformaciones
Kafkianas, jardines y paisajes inquietantes, incluso siniestros, que recuerdan
a Baudelaire paseando en un complejo residencial estadounidense de los años 50.
Casi nada.
Como dice
Julieta Valero en el prólogo, los
intereses y capacidades de quien mira por detrás de estas páginas cogen impulso
en el duro suelo, y es por eso que estas oscuridades, estos terrenos
misteriosos, fangosos, son cercanos. Quizá demasiado.
El libro está
dividido en dos partes. La primera, llamada La
noche de perfil, escrita a partir de los apuntes de una novela a medio
escribir, comienza con Cuervo, el
poema que quizá descifre mejor lo que nos quiere contar Rebeca. Hay un resto de noche junto al día que
empieza/(...)Hay un resto de noche de perfil/despeinando muñecas/cerca del
mediodía. La inquietud que despeina a las virginales muñecas recorre el
jardín y crea mundos aparte, misteriosos y siniestros. El tema de la inacabada
novela será, según la propia poeta:el
peso de lo que no se habla, lo que queda oculto; lo inquietante que está, y no,
presente en la vida cotidiana.
En el poemaSuponiendo la ausencia, aparecen los
encargados de coser el hueco que dejan los cuerpos amados (bocas diminutas muerden gangrenando el adiós.), el frío que se
construye queda tras el paso de la mirada, de la presencia: Suponiendo la cicatriz como la posibilidad
de la herida./Y suponiendo que la ausencia coagule rodeada de insectos.
Esta parte acaba
con un poema dedicado a la tragedia de Amstetten, la historia del padre que
durante 24 años encerró a su hija y la violó reiteradamente y tuvo siete niños
de su captor. El poema, titulado La hija
del monstruo, es oscuro, extremadamente crudo y áspero, como no podía ser
de otra manera: fui, enmudecida de
cemento, oruga pariendo bajo el césped.
Tras este poema
empieza la segunda parte titulada Antes
del aire, y aquí Álvarez Casal habla de nacimientos, de erupciones extrañas
en mundos crueles y fríos. Habla de nacimientos entre lo desconocido. Y lo
recién nacido, aún con trozos de nada encima, acaba huyendo de si mismo: huyes del cordón umbilical que te rodea el
cuello.
Rebeca Álvarez
Casal del Rey nos habla de gusanos, de crisálidas, de mujeres fatales a punto
de nacer: en el rincón de la crisálida,
/como un tumor aguarda/(toda odio, dientes/hambre, venganza y garfios): la
bestia.
Las letras de
Rebeca pesan, están llenas de misterio, de zonas en penumbra, de rincones y
secretos. Los versos se muestran esquivos pero tremendamente atractivos, quizá,
en algunos momentos, incluso sensuales. Una extraña belleza que apunta lejos, a
un lugar más allá.
Y es que pese a
llenarnos las manos de babas, de placentas y de oscuridad, se puede encontrar
en estas páginas una cierta tendencia a la esperanza, como si este libro fuera
una tumba, un agujero enorme donde podamos meter toda la casquería que nos
oprime, que nos asusta, para que fuera, a ras de suelo, nazca algo, o flores u
orugas da igual, pero que nazca y viva.

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