Cuando
nació tu cuerpo se inventaron el fuego y la ceniza,
se
inventaron las camas frías
y los
ojos antorcha.
Cuando
llegaste
cerré mi
niño en el recuerdo
para
salir corriendo
a
buscarte.
No
cabía tu melena en mis manos tartamudas,
no
encajaba tu río de viernes,
imposible
tu lava en mi piscina vacía.
Nunca
levantas el acelerador de la esperanza,
y a mí
solo me queda aprender:
para
alcanzar tu temperatura
hay que
convertirse en fuego
y ceniza
y no
preocuparse por la herida.
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