No voy a tener la osadía de decir
que la poeta y ensayista Olalla Castro Hernández consigue, por fin, solucionar el
lío de cables que supone la posmodernidad con su último libro publicado, Entre-lugares de la Modernidad. Filosofía,
literatura y terceros espacios porque no es así. Pero sí que es verdad que
su propuesta consigue poner la primera piedra en la creación del mapa que nos haga
volver a tener horizontes, salir del marasmo.
Aparentemente, se vive muy bien en
la posmodernidad. Sobre todo, en el ámbito cultural, donde los discursos se
equiparan sin atender a criterios estéticos/de valor que estructuren y donde
todo ha quedado más o menos al mismo nivel, independientemente de lo que digan
los popes, los listillos, «los que saben del tema».
Olalla Castro Hernández, doctora en
Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, licenciada en periodismo, poeta
con dos títulos publicados: La vida en
los ramajes y Los sonidos del barro y
cantante de rap, empapa su ensayo con esta trayectoria ecléctica y lo
enriquece. Porque este Entre-lugares de
la Modernidad es un libro, pero también es un laberinto donde una pequeña puerta
se proyecta sobre el fango, prometiéndonos salir del «todo vale». Esta
puerta se llama «Entre-lugares» y volveremos a ella más adelante.
Hay algo en este
libro que me gusta, me hace sentir que no hago pie intelectual, que me toca
nadar, vamos, llegar más allá. A veces sientes como lector que «no estás a la
altura» intelectual de los temas que Olalla está tratando, que apenas te has
quedado en la superficie de los pensamientos de filósofos y pensadores a los
que cita sin parar, y en los que se apoya para complementar su mensaje. Y
claro, a la vez es un lugar con muchos hilos sueltos para continuar la lectura
mucho después de haber acabado el libro. El intertexto que Olalla Castro nos
presenta no es banal, y las referencias no están «para aparentar o darse un
paseo», sino que son muros de carga, si se prescinde de ellas se cae el
edificio, porque el tema tratado necesita esta visión profunda y compleja donde
se necesita ser acompañado por los pensadores que ya mencionaron dichos temas.
La propuesta de la
autora está planteada en tres partes. En la primera, EL DEBATE MODERNIDAD
FRENTE A POSMODERNIDAD (EN BUSCA DE UN TERCER ESPACIO), se hace una fuerte (y
muy argumentada) crítica a los pilares de la modernidad y la posmodernidad, haciendo
saltar esquirlas con las que intentar iluminar y encontrar ese «tercer-espacio»
donde poder seguir caminando porque, según Olalla, estamos encallados en este
nuevo lugar, machacados por el martillo de un Nietzsche destructor…al que luego
se le olvidó construir. Como dice ella misma en la página 27, «estamos en un
tiempo sin historia, inédito, recién estrenado, donde no hay huellas que se
escudriñen o interroguen».
Estamos en un
tiempo detenido. Hijos (o casi nietos ya) de una modernidad total, cuya utopía
de la ilustración quedó hecha añicos, o la visión unidireccional y unívoca de
Hegel partida en mil planos, Olalla nos señala a los culpables de romper ese
sueño tranquilizador y falso: Marx, Freud, Heidegger y Wittgenstein y sobre
todo, el ya mentado Nietzsche que, sin embargo, no terminaron de formar un
nuevo corpus totalizador, sino tan solo la posmodernidad líquida que señala Zygmunt
Bauman, una nueva sensibilidad relativa y, en la mayoría de los casos, inútil,
incompleta.
Y ahí sería donde
Olalla plante su idea de «entre-lugar», que, según indica, ha sido «ampliamente
tratada por Homi K. Bhabha en el ámbito de la crítica poscolonial. Él se
refiere al Entre-lugar como un
intersticio, un Tercer espacio híbrido.
Es ese espacio irrepresentable al que se refería Derrida, desde el que se
fuerzan los límites y se desplazan las categorías de pensamientos prefijadas
por el lenguaje y su lógica apositiva».
En el segundo
capítulo, SI HABLAS ALTO, NUNCA DIGAS YO (EL TERCER ESPACIO DEL SUJETO), la autora nos habla de un sujeto
manipulado, atravesado por las lógicas (o inercias) posmodernas, por sus
incitadores leves que le animan tan solo a seguir consumiendo, pero eso sí, sin
moverse un ápice de su discurso banal e inmóvil. En esta sección podemos ver más
en detalle cómo la posmodernidad, con su arma la globalización capitalista,
consigue calar en el sujeto, diluyendo su autenticidad y haciéndolo más masa
(amasándolo, aplastando sus aristas), robando su identidad, haciendo rentable
cualquier discurso rebelde o antisistema y haciéndolo partícipe del mismo,
invalidándolo e integrándolo en el mercado (véase el punk, el movimiento
feminista o el movimiento por los derechos de los homosexuales).
El tercer capítulo,
LA IMPOSIBILIDAD DE DECIR LA VIDA (EL «GIRO LINGÜÍSTICO» DEL PENSAMIENTO Y LA
LITERATURA DE LA DESCONFIANZA), explora las posibilidades del lenguaje y el «Giro
lingüístico» de Wittgenstein, Saussure o Nietzsche (sí, Nietzsche está en
todas, se lo ganó a pulso), dejando de considerar por separado lenguaje y
conciencia, pensando que el lenguaje es parte inseparable del pensamiento
filosófico, y cómo éste posicionamiento rompe con la lógica previa y única del
racionalismo.
Este giro
lingüístico, argumenta Olalla, nos demuestra que pensamos en signos, y de ahí
no podemos salir porque, como decía Heidegger, «El lenguaje es la casa del ser»
y, por decirlo de alguna manera, cada persona tiene una «idea de casa», por lo
que ahí empiezan los poemas, quiero decir, los problemas. Ambos, mejor dicho,
porque es por culpa de esta significación extra, relativa, provocada por la
inevitabilidad de la interpretación del lenguaje, que la literatura forma parte
nuclear de este nuevo término, «entre-lugar». Será solamente a través de esta
literatura, de este extra de significación, donde podremos acercarnos a
aprehender lo real, apartando las múltiples realidades creadas por las
interpretaciones subjetivas (por culpa de los signos, claro).
Por último, y a
modo de colofón, Olalla Castro nos confiesa en la última parte del libro, UN
FINAL SIN FINAL Y UN VIAJE QUE NO ACABA, que las múltiples reflexiones
planteadas en este Entre-lugares de la
Modernidad proceden de una obsesión por la posmodernidad y, finalmente, a
un desengaño personal con este concepto, con sus «múltiples trampas».
Con un pecio genial
del escritor Rafael Sánchez Ferlosio: «El niño que osó decir: “el emperador
está desnudo”, ¡ay!, acaso también estaba pagado por el propio emperador»,
consigue reflejar la sensación que tuvo al darse cuenta de que ese pensamiento
barría con todo, no dejaba nada en pie. Que, con ese afán desacralizador de
utopías Modernistas que había supuesto (sobre todo en un primer momento) la
posmodernidad, aterrizaba en un discurso meramente negador, sin capacidad de
sustituir la ideología previa por otra más justa y poliédrica.
Y será desde esa
sensación de orfandad desde donde Olalla arme sus «entre-lugares», con
cimientos marxistas y una posición fuerte que sepa escoger la proyección del
ideal de la ilustración y la modernidad, pero con la amplitud y la
multiplicidad de la posmodernidad. Un umbral,
en suma, «que nos permitiera estar y no estar al mismo tiempo en lo moderno y
lo posmoderno para poder tomar de cada espacio simbólico algunos planteamientos
y poder elaborarlos de forma crítica».
Por mi parte,
celebro este «comienzo de mapa» entre tanto ramaje banal, que busque un nuevo
corpus ideológico, más allá del mercado y cuya búsqueda sea la de un
significado ético y preferente ante la avalancha de significantes huecos.

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