Un relato de César Aira es algo parecido a la portada de
este libro, un momento extraño, misterioso, en el que se ve un montón de
zapatos rodeando a un hombre que pasea con sombrero por el medio de la calle.
Una relación de elementos extraña, como lo es la relación de César Aira con las
palabras.
Aira, nacido en una ciudad cerca de Buenos Aires llamada
Coronel Pringles en 1949, es uno de los escritores argentinos más conocidos y
valorados. En este libro, Relatos
Reunidos, que nos presenta la
editorial Mondadori, se agrupan 17
cuentos escritos entre 1994 y 2011.
El argentino se caracteriza por su exuberante imaginación,
que hace enganchar al lector desde el primer momento, convenciéndole de que “va
a pasar algo”, pero hay veces, demasiadas, que pasas y pasas páginas y te
relames “ahora viene lo mejor” pero lo único que hay es una puerta más, un
camino más, o un punto final que deja la trama suspendida. Y a ti con las
ganas.
Y es que en estas 209 páginas podemos ver lo mejor y lo peor
de César Aira. Lo mejor es que sabe perfectamente cómo tocar la tecla que llama
la atención del espectador, y esto lo hace con un acierto enorme (un perro que
ladra rabioso mientras persigue el autobús de un narrador olvidadizo, la
evaporación lógica de la Gioconda, o la investigación y análisis exhaustivo de
la conversación periódica de dos amas de casa).
César Aira parece que no se cansa del rizo, que quiere más,
que las servilletas y su laborioso mundo de la papiroflexia no se acabe nunca,
que siempre haya pólvora en la trama, por mundana y simple que parezca a simple
vista. Su relación con los lectores es cercana, o los desespera hasta perderlos
y volverlos locos en su laberinto, o, al final del camino, después de curvas y
más curvas, entregarles un final espectacular, propio de un genio. Este genio
se puede ver claramente, sin demasiados recovecos, en varios cuentos: “El
perro”, “Sin testigos”, “Los osos topiarios del parque Arauco” y “El infinito” que
ya compensan la lectura del resto, que, por otro lado, también son recurrentes
aunque se líen a medio camino.
De todos modos, y para terminar, que no me quiero enrollar
como el autor, el pacto que hay que hacer cuando se abre un libro de este
escritor argentino es dejarse llevar, no tener prisa ni demasiadas expectativas
con un escritor sobrevalorado que, de vez en cuando, da en la diana y compensa
todos sus paseos narrativos.
