Digamos que no fue nada importante, que hoy no hay portadas de periódicos reflejando lo que vivimos ayer en el Teatro del Barrio, pero a mí sí que me gustaría contar mis impresiones sobre lo que nos ofrecieron Esther Peñas y María Negroni ayer en el Teatro del Barrio de Madrid y cómo lo sentí.


Para empezar, entré en la sala bastante impactado por ver un teatro lleno para ver y escuchar a una poeta. Me pareció ilusionante, así os lo digo, esperanzador.
Para seguir, me gustaría hablar un poco de Esther Peñas, que hizo la presentación de la poeta invitada. Esther fue delicadísima, precisa y generosa en imágenes para mostrar a Negroni. Fue hermoso presenciar cómo nos hizo partícipes de su entusiasmo, no solo de la poesía de María Negroni, sino de la propia relación humana, poética que, como un chispazo, a veces sucede con la lectura o la conversación. De hecho, cuando Esther terminó su presentación, la autora argentina se quedó sin habla, un poco abrumada por el cariño y el alago sincero de su compañera de escenario. Fue tierno ser partícipe de esta amistad y admiración sincera.
Nunca había visto a María Negroni. Ni siquiera en vídeo, y lo primero que sentí fue su delicadeza. Como si estuviera sujetada por pilares débiles pero convencidos, que dejaran salir una voz que habla y hablará sobre la esencia de las palabras, su materia imposible. Hizo una lectura de 3 o 4 poemas de 4 de sus libros y luego contestó algunas preguntas, pero la sensación que tuve al escucharla fue que compartía su duda por el lenguaje. Esto es lo que más me gustó. A diferencia de otros poetas que buscan analizar, abrazar y exprimir la palabra, María Negroni admitió en sus poemas precisos, deslumbrados y cómplices, que no entiende muy bien el proceso de la palabra y que le gustaría «escribir un libro sin palabras». Qué belleza y qué emocionante fue este encuentro de honestidad y pasión por la palabra y la poesía en un martes cualquiera en el que las palabras seguirán siendo insondables, pero un poco menos.