cuando baje la sacudida de la sangre,
en el espacio del
aterrizaje de los mamíferos sobre el colchón, voltearé tu día y buscaré tu
cordillera de vértebras y remolinos en tu espalda,
engranaje de cerrojos abiertos,
playa donde descansan las olas de tu marea negra sacudida
por el viento
y el deseo.
Porque será tu espalda y no tu pecho de sorpresa constante y
vibración sin lucha,
ni tampoco será tu cara, la que negocia con el viento la
temperatura de los trópicos,
tampoco tu ombligo, acequia sagrada donde descanso la
mejilla en las tardes de suerte.
No,
será tu espalda,
desde el faro del espasmo que es tu nuca hasta el punto de
interrogación yo me posaré desnudo, fiel y devoto a tu geografía de marejada e
isobaras de terraza y cerveza.
Será tu espalda el telar donde cerraré mis ojos,
será tu espalda el telar que me librará del frío.