Islas divergentes

Mostrando entradas con la etiqueta voluntad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta voluntad. Mostrar todas las entradas

La voluntad y el deseo

 

Foto de Vivian Maier

Hoy tengo ganas de reflexionar sobre EL HACER. No el pensar, el desear o el imaginar, sino el HACER. Y, para hacer, pienso que tiene que haber un estímulo que provoque la acción y ahí entramos en esta dicotomía:

Voluntad y deseo. Y te pregunto, ¿crees que son contradictorios?, ¿son necesarios ambos?

Pero antes de que me respondas, voy a intentar definirlos para saber de qué estamos hablando.

Por un lado, el deseo: Mi interpretación del deseo, e intento que sea una interpretación rigurosa y a la vez compartida por la mayoría, es que el deseo es un estímulo impulsivo, que no negocia prácticamente con la razón (de su parte inconsciente) y que genera en nosotros una estimulación efectiva, rápida y a corto plazo. Movilizador, estimulante, placentero pero sin un placer real después de haberlo realizado.

Y por otro lado, la voluntad. Esta, que tiene mejor fama que el deseo, que se muestra como un reflejo de un hacer más «trascendente» y útil, alejado de lo práctico, de lo inmediato, podría decir que es un deseo de «baja intensidad mantenido en el tiempo» y sin tanta urgencia. No es un impulso, no es un acto placentero inmediato, no es azúcar para contentar a nuestras papilas gustativas sino que son legumbres (cuidado con las legumbres, ¡eh!) que nos permiten caminar, avanzar y crecer.

Ahora, ¿es posible que el deseo forme la voluntad?, ¿son antagónicos, complementarios o necesarios?

Mi opinión sobre este tema es que ambos son necesarios, pero es la voluntad la que va a hacernos crecer, aprender y sacar provecho. Sin deseo, sin la chispa, no tendremos la agilidad mental para que el mundo nos fascine y nos motive. Necesitamos esos pequeños «chutes de placer» que, pese a hacernos sentir culpables, nos hacen más digerible el día a día con su curro, con sus políticos ladrones, con sus desengaños.

Sin embargo, será la voluntad la brújula, la guía y el mantenimiento del deseo que nos justifica ante nosotros mismos cuando echamos la vista atrás y vemos pasar el tiempo. La voluntad es asediada, constantemente, desde fuera y desde dentro de nosotros mismos, por llamativos deseos que nos hacen desviar la mirada. En épocas en las que estamos con poca capacidad de estar serenos, con la voluntad confusa y algo perdida, es fácil que caigamos en consumir deseo sin parar que nos estimula pero que no nos conduce a nada más, es autoconclusivo y no deja provecho. Ejemplos de este «deseo rápido» son el tabaco, el alcohol, los videojuegos, las redes sociales o la telebasura. Acciones placenteras, que no necesitan una acción concienciada pero que nos satisfacen de manera inmediata pero que no nos llevan a ningún lado.

Sin embargo, y para terminar la reflexión, creo que es importante TENER UN PLAN.


Una voluntad que, pese a quizá no estar definida completamente, nos haga caminar en una dirección. A mí también me asaltan los deseos momentáneos (ahora me ha dado por jugar al Age of Empires II, imagínate) y estoy en la pelea. Sin embargo, no abandono mi plan. Esta pelea, que se desarrolla principalmente en nuestra cabeza, antes de hacer nada, es similar a meditar. Porque para mí meditar es pensar en una pared blanca, mi plan, mi camino y mi plan, pero no dejan de aparecer imágenes que la ensucian y la tapan, y que yo me empeño en esquivar y que podrían ser estos pequeños deseos del día a día (una partidita, un cigarro después de comer, etc...)

Al final, mi consejo (que te lo digo a ti pero me lo digo a mí también) es que no nos mintamos, que hagamos lo que nos haga bien realmente, lo que nos justifique interiormente y que, en último término, nos permita tener un arma frente a la muerte, que nos acecha siempre. Porque la muerte está, en algún lugar, esperándonos y no queda tanto tiempo para hacer lo que tenemos que hacer. Lo que sabemos que tenemos que hacer. 

Camino

 

Como algunos sabréis, acabo de aprobar un examen de oposiciones para trabajar en bibliotecas en Soto del Real. Estoy feliz. Han sido casi dos años de subir la piedra, dos años de 4 horas de estudio al día, de lunes a viernes y al final he conseguido lo que pretendía. Hace tiempo que no me fijo en la línea. Esa línea en la sociedad que marca el camino del bien. Ya sabéis. La línea que te dice qué ver, qué escuchar, qué votar, qué pareja debes tener, qué ocio. Cuando yo era pequeño esta línea se veía muy claramente. De hecho, a veces asfixiaba. Y más en un pueblo. La monarquía, el dogma de la televisión, la religión católica, el matrimonio, los hijos. Todo esto, que ahora parece que pertenece más a un capítulo de Cuéntame que a nuestro presente, fue mi horizonte y mi presente. Y no había opción. Era esto o el caos. Esto o la herejía. Yo siempre quise estar fuera de esa línea, de esa carretera asfaltada. No sé aún si es por curiosidad o por necesidad. O quizá, porque mi curiosidad la siento necesaria. De ese lugar estático y aburrido que veía como algo decente y normal que, si eras tío, te gustara el fútbol y que la poesía te resultara ajena o cosas de tías. Reproducir el modelo, no cuestionar, seguir lo marcado, no destacar. Lo mío, lo conocido, es lo mejor, lo diferente es extraño. No salgas, hace frío, estarás solo ¿por qué eres así, tan diferente ?Conozco a muchos compañeros y amigos que no aguantaron esa presión por ser diferentes y salieron. Y no volvieron. Hicieron su camino, su propio modelo y se quedaron allí o siguieron caminando, quién sabe. Hoy veo que esa línea, la mía, está ahí abajo y ya no me obliga ni me presiona. El modelo quedó atrás y soy libre, seguiré caminando, aunque no haya camino.

(La foto es de aquel camino de Santiago que hice con mi colega homónimo Santi)