René Magritte
Reportaje
llevado a cabo por "El señor que tiene la garganta hasta el principio del
estómago" y publicado en el periódico gracias a su entrega por parte de
una gallina mensajera:
Al
final saltó a los periódicos. Un día u otro debía pasar. Nos creemos que no
sirven, que solo responden ante poderes económicos e intereses particulares,
sin importarles una mierda la ética, la honradez, y la moral periodística. En
nuestro país, si, pero en el resto, también. Además, cualquier periódico quiere
ser como un buen portero: tener todo cubierto.
Claro
que pasó mucho tiempo, muchísimo. Desde el año noventa y cinco ha pasado ya
mucho, pero lo importante es que haya salido por fin a la luz. Y la verdad es
que el hombre que lo provocó todo tuvo mucho valor. Un valor que le provocó,
por supuesto, la muerte.
Este
hombre es, como ya sabéis todos, Don Alfredo Muñoz Manrique. Desde el año
ochenta y uno estuvo al lado del presidente del gobierno y fue su sombra hasta
que llegó a la presidencia en el año
ochenta y dos. Era un doble espiritual del presidente García que conocía todos
sus secretos. Don Alfredo nunca habría hablado. Jamás. Nunca habría contado
nada sobre “la intriga de los rubios”, como se conoció la trama en la prensa.
Era
un hombre de palabra, pero cuando el señor Carpintero, a través de uno de sus
funcionarios, de esos con cara gris, manos grises, y nudo perfecto en los
cordones, (doble lazo y equidistancia entre ambos lados) eliminó la pensión
vitalicia del señor Muñoz para evitar gastos “superfluos”, este tuvo que
estallar. Sus corridas de toros y las botellas de Merlot estaban en peligro. El
hombre tenía ya setenta y siete años y mantenía con celo sus discretos pero a
la vez necesarios vicios.
Todo
el mundo sabe que en los pasillos de los ministerios, en aquellos despachos de
puertas de roble macizo, pasan cosas que solo conocen unos pocos. Los
necesarios. Y a veces, incluso son demasiados. Y uno de esos pocos era el señor
Muñoz Manrique.
No
fue él el encargado de negociar directamente con los suecos, claro que no. El
señor M. Manrique disponía de un equipo altamente cualificado preparado para
llevar a cabo este tipo de relaciones clandestinas y de alto estado. Pero él,
por supuesto, supervisaba todos los asuntos que se trataban en aquellas enormes
salas con plantas enormes, cuadros de paisajes y suelos encerados.
Cuando
se enteró de lo que estaba pasando, mejor dicho, de lo que los suecos
pretendían que pasara, se quedó impactado. No pensaba que España, fuera de
nuestras fronteras se viera como un país de mierda al que se puede someter así
porque si. Aunque fueran suecos, joder.
Lo
primero que hizo, viendo el tamaño y la importancia de la operación, fue
consultarlo con el mismísimo presidente García, para cubrirse las espaldas.
Pero el señor Manrique no podía sospechar lo que le iba a decir el presidente.
En su visita diaria para informarle de las novedades, se presentó en su puerta,
se ajustó la corbata más de lo normal, se pasó la mano por el pelo intentando
corregir algún pelo rebelde, llamó a la puerta y tras contestarle el
presidente, la abrió con entusiasmo:
-Buenos
días señor presidente.
-Hola,
Alfredo, pasa, pasa.
El
presidente García la sonrió detrás de una mesa demasiado grande, llena de
teléfonos, folios y un cenicero metalizado y enorme. Ese día, el presidente
tenía los pies encima de una silla, y garabateaba algo en una hoja. Cuando su
empleado empezó a hablar, encapuchó el bolígrafo y le miró.
-Mire,
venía a preguntarle una cuestión que tengo en la cabeza desde hace un tiempo.
Hace un par de días, mis colaboradores me comentaron una reunión que tuvieron
con unos responsables del gobierno sueco…
-Ah,
lo de los suecos…No se preocupe por eso, Manrique. Ya está todo hecho. Era algo
necesario para el país.
-Pero…señor
presidente...
-Si,
Manrique, es algo doloroso aunque inevitable. Además, ¿Usted sabe el dinero que
tienen los suecos?
-No,
no lo se señor presidente.
-Mucho,
Manrique, muchísimo.
-Pero
señor presidente, ¿Qué pensarán los ciudadanos?
-No
tienen que enterarse, eso es obvio. Imagínese el escándalo. Además, con el
dinero de los suecos podremos hacer carreteras, hospitales…de todo. Y eso si
que es útil para los ciudadanos, y no que pertenezcan a un país o a otro. Eso
son tonterías.
-Pero
señor presidente, perdóneme que discrepe, pero no me parece legítimo que
disponga de la soberanía nacional como usted quiera.
-Mire,
le tengo mucha estima y sabe que es una persona de mi completa confianza, pero
debe usted entender la situación. Nosotros, España, somos una mierdecita de
país que acaba de salir de una crisis de narices y que no tenemos dinero para
nada. Eso es así, llega septiembre, se acaba el verano, y ale, el dinero a
tomar por culo. Ante esta situación podemos hacer dos cosas. Podemos tirar de
casta, de orgullo, ser nacionalistas, patriotas o lo que sea, y coger el poco
dinero que tenemos e intentar hacer cosas con él sin pedir dinero a nadie. La
otra opción es dejar que nos ayuden.
-Ya,
señor presidente, pero es que esa ayuda supone que los suecos se queden en
propiedad las Islas Baleares. Me parece un precio muy alto.
-Bueno,
según como se mire. Oficialmente, nadie sabe nada y esperemos que esto siga así
para siempre. Los suecos nos dejan el dinero, nosotros lo utilizamos para
revitalizar el país, y por cierto, para ganar las próximas elecciones, y se lo
vamos pagando en cómodos plazos. Poco a poco.
-Ya,
señor presidente, pero mientras que las Islas Baleares sean suyas, estén bajo
su dominio, ellos ¡Pueden hacer en la práctica lo que les de la gana y nosotros
no podremos hacer nada para evitarlo!-Aquí el señor Manrique se sorprendió por
haberle levantado la voz al presidente. Tras un momento, se sintió orgulloso de
haberlo hecho.
-Mire
Manrique, los suecos son gente correcta, formal, y no harían nada que pudiera
levantar sospechas. Además, a ellos tampoco les interesa que esto se descubra.
Internacionalmente tienen la imagen de ser gente tolerable y conciliadora, casi
lo opuesto a la idea de colonialismo, que por un tiempo muy corto les dejaremos
desarrollar en nuestro territorio.
-Ya,
pero es que precisamente ese es el problema. Es nuestro territorio. No podemos
negociar con él, señor presidente.
-Si,
si podemos negociar con él. En el año ochenta y seis, y aunque usted, ¡ni
siquiera usted señor Manrique!, fíjese, tenía ni tiene ni idea de lo que supone
nuestra entrada en la Comunidad Europea. Ni idea. A partir de ese momento
nuestra soberanía se ve completamente supeditada a lo que decida Europa. Punto.
Eso es así y nadie se ha tirado de los pelos, joder, y es algo obvio. Ahora que
decidimos alquilar, (porque es alquilar y nunca vender) una parte de nuestro
país para generar riqueza, gente como usted, preparada, pragmática, se opone.
¡Imagínese si esto sale a la luz! Me mientan a los Reyes Católicos, a la unidad
de España y me llaman comunista por lo menos.
Además,
si no negociamos con lo que podemos negociar, nuestra economía estará en
desventaja con otros países que definitivamente si que están dispuestos a
negociar partes de sus territorios con países más ricos. Algunos incluso venden
partes a perpetuidad. Para siempre. El sur de Madagascar, esa isla enorme que
hay en el pacífico al lado de África, fue comprada por los chinos para plantar
soja y arroz en sus campos. En Portugal los franceses han comprado unas
provincias en el norte del país para desarrollar el vino de la región y sacar
beneficio, en el sur de Argentina los Estados Unidos han alquilado, porque ya
sabe usted como son los argentinos, que se mosquean por nada, parte de la Pampa
para hacer pruebas militares. Ya ve señor Manrique. Si no accedemos a alquilarle
las Islas Baleares a los suecos, otros países emergentes nos pasan por encima.
No me gusta la situación, pero es lo que hay, y yo, como presidente del
gobierno, elegido por todos los españoles, debo hacer lo que considere mejor
para el conjunto de la nación, no para retóricas anticuadas sobre nacionalismos
y demás estupideces. Estamos en a las puertas del siglo veinte, los idealismos
se han ido a la basura, y ahora lo más parecido al idealismo es tener un coche
en la puerta y una tele muy grande. Y para que la gente tenga estas cosas,
debemos conseguir dinero. Es la única solución.
-De
acuerdo señor presidente. Pero usted no es libre de hacer lo que quiera, usted
deberá responder de sus acciones para bien o para mal en un futuro.
-No
responderé ante nada porque esto nunca saldrá públicamente. Es un secreto de
estado y ya sabe cómo se castigan este tipo de delitos. Nadie se atreverá a
decir nada.
-Señor
presidente, usted debe estar tranquilo conmigo. Aunque discrepe de sus
decisiones, nunca sería capaz de traicionarle a usted y a la patria. Jamás.
-Lo
se, lo se, señor Manrique. Usted es una persona de mi completa confianza. Por
eso le otorgué la capacidad para tratar estos temas tan delicados.
-Muy
bien presidente. Ahora debo ausentarme y seguir con mi trabajo. Buenos días.
-Muy
buenos días, Alfredo.
Los
suecos, pese a la idea que tenía el señor presidente de ellos, y que suponía
que representaban a nivel global, no se portaron del todo bien. Dos meses
después de la conversación entre el señor Manrique y el presidente, se cerró el
pacto y un destacamento de la Svenska diplomatiska se ubicó en un edificio
enorme del centro de Palma de Mallorca, para ir manejando los asuntos que les
competían. Era Julio, y como es normal en las islas Baleares, hacía calor, y la
llegada de casi ochenta rubios, (la mayoría eran rubios y blanquísimos de piel,
aunque había algún hijo de inmigrante que daba un poco de color al
destacamento), pasó desapercibida para los de la zona, acostumbrados a la
llegada masiva de turistas en estas fechas. La toma efectiva, y por supuesto
clandestina de poder tendría lugar, escalondamente, en unos tres meses y hasta
entonces deberían ir asumiendo poco a poco y sin levantar mucho polvo, las
responsabilidades que los políticos y funcionarios de las islas les iban a
otorgar.
Por
cierto, a toda esta masa de gente que trabajaba para el gobierno balear, y que
por supuesto, debían estar a partir de ahora bajo mando de los suecos, no se
les informó de nada. Los suecos, para no levantar sospechas, y con un equipo de
ochenta personas, pretendía controlar los principales despachos y otorgar los
puestos de menos importancia a políticos de la zona.
Los
suecos y sus familias empezaron a comprar masivamente casas y chalets en
Menorca, Mallorca, Ibiza y en menor medida, Formentera. Los isleños estaban
acostumbrados a acoger a turistas, pero no a que compraran casas tan
masivamente como lo hacían ahora. Y por supuesto, el precio de la vivienda
creció muchísimo hasta el punto de que los baleares de a pie que querían
comprarse una casa debían hipotecarse hasta las cejas. Hubo alguna protesta,
pero pasó el tiempo, se dejaron de comprar tantas casas, y el precio fue
bajando poco a poco hasta llegar a precios normales.
Pero
la llegada masiva de responsables del Svenska diplomatiska, también hizo que
llegaran jovencitos y jovencitas, hijos y nietos de los funcionarios. Estos
chavales y chavalas, acostumbrados a venir a España de vacaciones con sus
amigos, desvariar durante un par de semanas y volverse a su país. Pero cuando
se dieron cuenta que la fiesta y la juerga que había en las islas no podía
durar para siempre, habían pasado ya unos cuantos meses. Y así, aquellos
inocentes jovencitos que llegaron, se convirtieron en poco tiempo en unos
adictos al sol y a las drogas, provocando unos cuantos problemas a sus familias
y a la gente de la isla. Pero poco a poco, y a base de abandono parental o
inclusión de los vástagos en puestos influyentes, estos rubios y rubias
nórdicos fueron haciéndose hippies drogadictos por un lado, y si podían
reconducirse a tiempo, en unos jóvenes y ambiciosos ejecutivos por otro.
Los
años fueron pasando. El Partido Popular ganó las elecciones del noventa y seis
y la economía, sorprendentemente, creció muchísimo. Se liberalizaron empresas,
se construyó masivamente y los fondos de cohesión europeos hicieron que
pudiéramos creernos europeos por fin. Además, gracias a este dinero fresco, se
pudieron recomprar las Baleares. Después de un par de años de colonialismo
Express, no hubo apenas restos de aquel alquiler interestatal, salvo en la
memoria de algunos funcionarios, pocos, y algunos hippies que cuando los suecos
se volvieron a las frías y verdes
praderas suecas , ellos ya estaban demasiado liados con el New age, las
drogas y todo ese jaleo.
En
las entrañas del gobierno, el señor Manrique, junto a muchos funcionarios de
confianza del gabinete socialista, fueron despedidos aunque a los más
delicados, como el señor Manrique, se les otorgó una generosa paga vitalicia
que no pretendía otra cosa que callarles la boca de por vida.
El
señor Manrique, con su paga en el bolsillo y con una familia desconocida por
descubrir después de tanto tiempo trabajando en las altas esferas, se mudó a un
pueblo pequeño de Galicia para vivir, tranquilamente, el resto de su vida. Allí
pasó en la clandestinidad bastantes años, en una casa pequeña, cubierta de
musgo y hecha con pizarra. Sus hijos fueron con ellos, pero al poco tiempo se
casaron, hicieron sus familias, y se desperdigaron por otras partes de España.
La vida era feliz para el señor Manrique. Hicieron amigos, iban a cenar con
ellos, conocían a Julia, la panadero y Felipe el del kiosko. Pasaron allí el
cambio de milenio y el atentado de Atocha. Cuando llegó Zapatero al gobierno, y
pese a que ya era muy mayor para poder optar a un puesto en el gobierno, al
señor Manrique le nació una renovada esperanza política.
Tan
solo tendrían que pasar un par de meses hasta que una carta, entregada un día
lluvioso de otoño, y que resaltaba violentamente contra la pizarra del suelo de
su porche, iba a provocar el enfado visceral del ya anciano Adolfo Muñoz
Manrique. Esa misma tarde, cuando abrieron los ministerios, hizo llamadas,
gritó, pero sus antiguos compañeros y encargados ya no estaban en las instituciones
y en su lugar unos jóvenes hijos de tal o cual persona importante, decían no
conocerle.
En
ese momento, el señor Manrique se cagó en la socialdemocracia, en todo el
funcionariado que no sabe reconocer los méritos de alguien como él, y sobre
todo en el tontolaba de la sonrisita, el señor Zapatero.
A
los pocos días y después de hablarlo con su mujer, decidió llamar al periódico
El Dato para contar todo lo que sabía, todo lo que había tenido que callar
durante tantos años. La verdad es que fue la única salida que le quedó. Juró no
decir nada, si, pero a él también le prometieron que iba a tener una pensión
vitalicia, que ahora, por recortar gastos, le han quitado.
A
la semana, el señor y la señora Manrique aparecieron muertos en su cama. A
nadie le importó una mierda la vida de este señor (y mucho menos la de su
señora), que en la sombra, luchó por defender lo poco que quedaba de un país a
la deriva.

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