Transformar el imaginario boliviano, por Catalina Bartolomé
Ellos
no supieron nacer en el centro de la sábana, crecieron fuera, aún más allá, con
los pies saliendo por las ventanas cayendo, rotos, en las mansiones de basura.
Son los rotos porque siempre tienen descomposición en las manos y se les ve
fuera de juego, como a los juguetes negros.
Tierra
seca lloran cuando no pueden alcanzar un trozo de manzana y se dejan las uñas
largas para no echar de menos los espejos. Los rotos tienen un pájaro gris que
les cruza el pecho como una pelusa y no conocen el paro porque siempre tienen
lombrices en los pies con ganas de bailar.
Ellos
están rotos porque los atropellamos con nuestros toros relucientes, los
cortamos con nuestras tarjetas de cianuro azul y les damos los animales muertos
que dejamos en las carreteras.
Nunca
saben de qué color es la ducha en los grifos de oro y luchan para conseguir las
patatas que nuestros niños usan como balones. Los rotos tienen ojos como faros
de llamas, como gritos de viento y no dejan que nadie les compre el hambre al
precio de mercado.

Flojo.
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