Si al menos se acordara la lluvia de sus labios aún habría
esperanza. Pero la lluvia golpea la ciudad sin memoria, cansada de inutilidad y
humo triste. Agua sucia rompiendo intestino del metro y la gente llega tarde a
su celda. Nada más. El concierto frenético de coches y sangre asustó a la
tierra, se cerró de golpe y los gusanos y el cristal se reproducen bajo los
edificios. Todos queremos nuestro agujero de tristeza pero no hay nadie que
plante un olivo. Ni una sola cabra que escale los rascacielos cuchillo. Quien
agarre algo en la ciudad es mejor que lo guarde, se acercan los osos
hormigueros municipales a oler tu sobaco.
El Retiro pide ardillas para Reyes a los gorilas del Ayuntamiento
que partieron sus ramas. Cualquier cordón de zapato tira al suelo a familias
enteras, no hay salida de emergencia y es necesario ser gilipollas para
disfrutar la película y el salario. Se ha visto a niños supervivientes en las grietas
de la ciudad, pero solo pueden jugar a la pelota los hijos de las iguanas
bancarias. El resto juegan con remolachas o lechugas podridas, huyendo de la
economía que huele a boñiga.
Madrid empachada de plumas, y la tripa sigue vacía. Se
amontonan los años en nuestra conciencia y aún no hicimos nada, los deberes se
nos acumulan y la mochila nos tira al suelo. Estamos cansados antes de empezar.
No hemos abierto la boca y ya se nos mete la mosca del miedo.
En Madrid se pide a Dios que no mueva una coma, que nadie
sacuda la ceniza de las aceras que bastante tenemos ya con mirarnos a los ojos.
No hay ejército de indios que asome a lo lejos. Nadie nos
salvará y flores por el suelo, pero si quieres yo te dejo sitio aquí, en mi
barricada de poesía y ladrido.

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