los ojos de Sílvia Pérez Cruz son territorio independiente de
la tierra,
girasoles envenenados por
telarañas dulces de la noche.
Ojos simples como rocas negras
de mar,
anticipo de su voz donde salta
al vacío. Y lo llena.
Vuelve con manos llenas,
sonriendo,
camino abierto en la cuerda de
la garganta.
Su mirada es un boceto de gato,
un vuelo horizontal de cometas,
sale en las revistas pero guarda
el secreto bajo su pelo,
escondido y tímido ante la lupa
que busca estirar murmullos,
como los niños vergonzosos del
primer beso.
Vestida de rojo como las
promesas,
como las heridas que no cierran,
natural y potente como la ternura de los tigres
ella juega con el mundo y lo hace posible.

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