tenía guardado para un
momento especial el último libro de Juan Bonilla (Jaén, 1966) “Poemas pequeñoburgueses”, publicado por la
editorial Renacimiento. Ya sabéis cómo son estas cosas; almacenar libros
deseables, leíbles, aceptables, e ir leyéndolos a veces por azar y otras, como
en este caso, por voluntad. Darse el capricho. Y bueno, ya que me tengo que
chupar dos horas de bus al día para ir a trabajar, quise tener mi momento con
Bonilla a las siete de la mañana.
Llamadme loco.
Lo último que leí del
poliédrico escritor fue “Hecho en falta”,
una antología de sus mejores poemas
publicada por Visor en 2014, y cuando me topé con “Poemas pequeñoburgueses” en la librería Pasajes no me lo pensé. El
sabor de aquellos poemas certeros lo tenía aún muy presente.
Lo bueno que tiene Juan
Bonilla es que no sabes “por dónde te va a salir”. Maneja la novela, el ensayo,
la poesía y el relato y esa capacidad para los malabares capacidad hace que cada
obra suya sea una mezcla de cada una de las otras “artes”. Como lo de las
trazas de frutos secos, vamos.
Este comentario lo estoy
escribiendo a bote pronto. Así, recién cerrado el libro, digamos, y el gusto
(aún no se ha convertido en regusto) que tiene es de melancolía. El autor jerezano,
que ha sido publicado en una edición muy cuidada, grande, DINA5 o cerca por los
sevillanos de Renacimiento, divide en tres partes esta nueva muestra de
potencia controlada en las letras. Sin derrapes pero apurando las curvas:
1.
Poemas
pequeñoburgueses
En esta primera sección Bonilla
nos muestra una vertiente apenas desarrollada en sus libros: la vertiente
política. A ver. Tampoco es que sea una poesía “proletaria”, combativa, sino
que desarrolla núcleos de conflicto que tenemos todas las personas y que se
asocian a un ámbito social o político, pero que, en realidad, corresponden más
a un entorno humano o psicológico, como en el poema que abre el libro:
Herencia
Nieto
de proletario, hijo de proletario,
me
enseñaron muy pronto la misión fundamental de todo proletario:
hacer
lo que haga falta
(…)
para
dejar de ser lo que viniste a ser,
un
proletario.
Claro que Juan Bonilla toca
temas políticos, pero siempre desde el punto de vista del individuo, nunca del grupo,
lo común, sino lo complejo de cada uno, y por eso, un poema aparentemente muy político
como puede ser el del “Policía
antidisturbios” es filtrado por el ojo del poeta para que incluso lo brutal
cree controversia y contrapié:
Lo
llevo en algún punto del cerebro.
La
porra amenazante por mi bien.
o en el poema “campaña
electoral”:
Prometen
lo de siempre:
futuro,
que es el tiempo
en
el que habla la muerte.
(…)
Toda revolución
acaba siempre en un
Napoleón.
Pero, salvo estos dos
poemas más “combativos” (su manera), el resto de poemas de esta primera
sección tratan del paso del tiempo (“Apuntes de Bachillerato”, “La realidad no
es todo lo que hay”, “Paréntesis”, “Por regresar”, “Ya no más” y “El río”), ese
terreno fértil donde Bonilla visita el tiempo pasado, los cimientos del hoy
para desenterrar los porqués con el olor a Je me souviens de Perec o de las
canciones memorizadas hace años, los cromos, la intensidad del juego. Y sabe lo
que hace porque no se oxidan esos recuerdos. Todos tenemos nuestra caja de recuerdos
imposibles.
Esta visión de la
política, del pequeñoburguesismo¸ con
nuestros pequeños cimientos únicos hacen que podamos seguir hacia delante, que
no nos desmoronemos del todo por lo plano del presente.
2. El día de regalo
Poema largo, en mi opinión
más cerca del relato que del poema, ¿pero sabes qué? No tengo nada más que decir
de esta sección salvo que lo leí tres veces seguidas y me despertó más que
cualquier café del mundo. Disfruten.
3. Cincuenta años de éxitos
Aquí Bonilla vuelve a
jugar con la melancolía, con el recodo de la biografía, sus intersticios. 25
años de éxitos fue el primer libro que publicó, en 1993, cuando tenía apenas 25
años. En esta sección el poeta suelta la traca final. Desde el inaugural “canicas
en un bote”, en el que revisita aquellos momentos que merecieron la pena:
…canicas
metidas en un bote de cristal
sosteni´´endose
las unas a las otras.
Si
las vuelco se esparcirán por el suelo
y
al recogerlas ya no se sostendrán como se sostienen ahora
y
alguna se perderá para los restos…
todas
se perderán para los restos.
o en el poema “Gala”, en
el que el escritor entrega sus propios premios o el novedoso “Secta de los
viles”, en el que habla con su cercano Maiakovski, con el que ya tuvo una larga
relación en su libro “Prohibido entrar sin pantalones”, y así llegamos al
último poema “Epitafio de cualquiera”, en el que Bonilla celebra la vida sin
paliativos. Coge a todos aquellos personajes que nunca llegaron a ser
secundarios, ni siquiera figurantes, y los celebra. Celebra la rutina, lo
pequeño, lo cuidado pero también lo aburrido. Y lo hace porque, pese a la
monotonía y el sinsentido de la mayor parte de la vida, esta deja un poso
fértil de felicidad y otro de esperanza:
Da
igual. Me cambiaría por ti
(…)
tienes
un cuerpo, puedes sentir cómo cabalga el tiempo
(…)
Eres
una maraña de recuerdos
irguiendo
al infinito una conciencia.
Bueno, y volvamos al todo.
Volvamos a mirar desde arriba el libro para ver qué, para ver cómo Bonilla nos
ha hecho lo que nos ha hecho. Y yo os puedo comentar, que este “Poemas pequeñoburgueses” es un
manifiesto, una proclamación, una constitución. Aquí, en estas 73 páginas se
articula una muestra de cómo las ideas y las cosas no pueden ir por separado,
no van, se quedan frías y se pudren. Aquí podemos ver cómo las cosas, el día a
día, el pan, los periódicos, los juguetes, los cromos, toda esa pléyade de
cosas aparentemente consumibles e inocuas nos hacen, de facto, cambiar nuestra
configuración interna y más profunda. No te fijes en los ideales, en las
proclamas, en lo etéreo, fíjate en el aquí, los detalles.
El más pequeño sacapuntas
se puede incrustar en el cerebro de nuestra emoción y nunca más podrás sacarlo
de ahí. Este es el secreto que Bonilla nos cuenta. Ale, sí, es un spoiler, pero
es que este libro hay que leerlo con mucho cuidado. Saboreando.


No hay comentarios:
Publicar un comentario