Ayer
fue un jueves especial. Una noche especial. Y no solo por el diámetro de las
ojeras que calzo hoy, sino porque uno de los mejores letristas-poetas del hoy,
Enric Montefusco, presentó su Meridiana en el Teatro Lara y en este
espacio que ocupo en la GallaCiencia, y que pretendo que sea un altavoz de la
letra sincera, había que dedicarle unos cuantos párrafos.
Todo
para todos decían las bocas aullantes de los
modernos. Modernos apretados en el hall
del Teatro Lara en el día de ayer. Amenazaba tras el pliego de la noche el
trabajo, la mañana, pero aún quedaban un par de canciones. Enric Montefusco y
su banda, sus compinches, subidos a unas cajas para ser altavoz y faro del
remate, rematazo de la noche.
Así terminó el concierto que el ex Standstill
(¿se puede ser ex – de algo que ha sido tan adentro, tan uno mismo?) Enric
Montefusco preparó ayer (por si acaso, quien sabe, 16.02.2017) en el Teatro
Lara de Madrid. Empezó muy tarde, pero qué quieres. En la entrada regalaban una
caña y ya se sabe que se nos dilata el tiempo cuando tenemos una cerveza en la
mano. El caso; 22.40 y ahí aparecen los integrantes de la banda[1] bajo una
cascada de aplausos.
Para los que estéis leyendo este comentario
con la duda de si <>, que supongo que es un
pensamiento lógico, he de decir que sí y no. Es otra cosa. Enric es otra cosa.
Como si hubiese hecho una mudanza o aprendido un idioma nuevo.
Nada más empezar Montefusco caldeó el
ambiente, lo hizo más hogar (qué impresionante me sigue pareciendo el Teatro
Lara, qué le vamos a hacer) con un par de coñas e introducciones ingeniosas y
frescas. Rollo Sílvia Pérez Cruz. Cuando el talento se relaja sigue siendo
talento. Meridiana es un disco en el
que Montefusco nos muestra su raíz —que
es la nuestra—, a través de canciones verdaderas en las que la nostalgia, el
recuerdo, lo compartido se muestra, de alguna manera, se muestra de nuevo.
Grandes canciones como Meridiana:
el
olor a café le llegaba hasta la cama / se colaba entre brumas y sueños de
grandes hazañas.
(…)
o
aquel campamento donde vio la luna llena por primera vez / y no quiso volver
así, con este repaso a la memoria colectiva,
los pequeños juegos del recuerdo, las entrañas, el concierto avanzaba real y
emotivo, sincero. La sensación que tuve por debajo de la música, del cantar las
canciones como quien empareja un baile aprendido, es la de estar hablando con
un colega, un amigo que me dijera <<ey, te acuerdas de aquellas noches (Buenas noches), las batallas de la
política (yo delego en ti, Todo para
todos) o con el amor de sombras y destellos (Lo poco que sé)>>.
Caso aparte merecen las dos canciones que me
tocaron más adentro. Como soy un pueblerino recalcitrante —hasta el punto de
decirlo en Saber y Ganar aquella vez
que fui, no digo más—, la canción Uno de
nosotros se me agarra:
Vayas
donde vayas / digas lo que digas / siempre serás / uno de nosotros.
Hagas
lo que hagas / vistas como vistas / siempre serás / uno de nosotros.
(…)
Vendrás
a pedirnos dinero / sabrás a qué sabe un domingo / y si te descuidas / habrá un
cura en tu funeral.
(…)
Deja
de llorar así / ¿Qué van a decir los vecinos?
Debe de ser que Montefusco enfrenta los mismos
fantasmas de la identidad que muchos de nosotros. ¿Dónde se empieza a construir
el yo? ¿De verdad somos tan libres? ¿Qué hacer si cada domingo volvemos a la
casa de siempre, cada verano repetir la ilusión como sucedáneo de aquel tiempo?
Lo mismo se me ha pirado, me he venido arriba por el momento fan, pero no creo.
Si no me equivoco, Montefusco también fue uno de esos raros de pueblo (barrio,
vale), con amigos que beben mucho y celebran lo que sea, sin existencialismos
ni hostias, paqué esas tonterías.
¿Qué
van a decir los vecinos?, joder, cuántas jaulas encierra
esta pregunta.
La otra canción, Obra Maestra, está construida con el fértil ecosistema del bar, ese
escenario tan de aquí, tan de nosotros:
Algo
va a llegar a este bar / han venido todos a esperar
(…)
Hay
un hueco dentro de mí / lo lleno de vino y lo lleno de guerra
(…)
y
si el duende sale del dolor / esto será una obra maestra.
Quizá, una vez llegado a este punto, me
tendréis mucha envidia u os estaréis metiendo en las webs de Montefusco para
ver el próximo dónde toca este tío,
pero aquí viene lo mejor. Cuidado. Después de los primeros bises, que no fueron
bises ni ná, poco disimulado el tema, el grupo nos convocó a toque de tuba al
hall del teatro. Allí, desenchufados y en algarabía, con la mirada torva de los
currelas del teatro que —en un principio— se querían ir a casa, celebramos un
par de canciones más. La más mítica, la más aquí estamos fue: todo para todos, como ya os he comentado
al principio de este comentarioexperimento:
Os
deseo un parto sin llanto / una vocación inscrita en la frente
(…)
una
casa en el campo que gire con el sol / Os deseo el hambre de vida que se fue
con la escuela / e l osito que tu madre eliminó por su cuenta
(…)
y
una oportunidad / un compañero / haber tocado fondo alguna vez / que tu leyenda
diga que alzaste el vuelo /
todo
para todos, todo para todos, todo para todos, todo para todos
y
contadme a mí.
y así acabó el concierto. Con amenazas de que
viniera la policía a unirse al jaleo, con la música impregnada en cada uno de
nosotros. Cada uno de nosotros de vuelta a casa con un trozo del señor
Montefusco.
PS - Mira, cuando pillé las entradas
solamente quedaban de “visibilidad reducida” y valían 17€. Esto fue un ordagazo. Me la jugué, sí, y además
invité a mi chica. Ordagazo por dos y
todo salió bien. Un win-win de esos
que dicen. La visibilidad no era tan reducida si te asomabas cual alcahueta al
balcón y no sufrías de espalda y a mi chica le moló el concierto, qué más se
puede pedir.
PS2 – No creo que sea casualidad que me
encontrara con Álvaro Guijarro (gran poeta y colega) en el concierto, y que
Óscar Aguado (otro gran poeta y colega) se quedara con ganas de ir.
[1] No he
podido encontrar en la web (con lo enormísima que es, qué le vamos a hacer) el
nombre de los músicos que lo acompañaron. Por favor, si encuentran sus nombres, comenten.


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