the Library at Night, Erik Desmazières
Hay quien se levanta y se siente sucio, aplastado por el sudor, el frío, las pelusas o los escombros del sueño. Hay otros que odian los baños públicos, otros no aguantan usar cubiertos que no sean los de su casa. Hay personas para las que la suciedad se representa con una cucaracha, una rata, o un político, depende. Y para corregir la suciedad, la sociedad (que para algunos también es suciedad) ha creado insecticidas, guillotinas y otros artilugios higiénicos. Entiendo que tú también tendrás una suciedad propia, un rincón de mierda del mundo que eliminarías sin pensar o, al menos, esconderías en algún sitio muy profundo. Seguro. Todos tenemos, creo, ese punto filantrópico aunque difiera el objeto en cuestión.
Mi suciedad,
lo tengo claro, es el trabajo. El rumor de las teclas, la luz sospechosa de los
flexos y de las pantallas. Uf, todo lleno de mierda. Madrugar, coger el tren,
aguantar al compañero de curro que siempre grita. Pero todo esto no es lo peor,
lo peor, es, por así decirlo, la repetición.
Cada miércoles el mismo camino, cada martes, cada lunes, cada final de mes el
mismo salario que te salva y te condena. No encontrar la salida a esta ruleta
mortal de hámster. Trabaja, sé decente, cuida tu currículum, la trayectoria
profesional y demás muestras de óxido. Así, todo de golpe, repetido sin ruido y
sin escándalo, con sus hipos de vacaciones navideñas y veraniegas que solo
sirven para coger impulso y que joda más el madrugón del futuro. Perpetuarse,
anclarse, dejar tus sueños y tus viajes y tus amores que no tienes tiempo de
disfrutar, todo, a un lado. Ocho horas al día tragando el oxígeno exacto, la
ración que no rebase. Y no te quejes que podrías estar peor. La amenaza del
paro, del desempleo, del vagabundeo.
Pero en mi
mundo hay, al menos, un tipo de limpieza. Limpieza mental y apertura de puertas
y ventanas. Si yo fuera médico diría:
En el caso de que usted
sufra por las mezquindades y las estrecheces del trabajo debe usted visitar una
librería/biblioteca asiduamente hasta que los posos de roña del trabajo se
limpien, al menos temporalmente, de los rincones de su cuerpo. No escatime en
realizar estas visitas, ya que si esta situación se agrava, su cerebro puede
entrar en colapso y usted se convertirá en un ferviente consumidor de Telecinco
y otras enfermedades similares.
Yo lo
necesito. Es mi manera de decirme «joder,
serás el capullo que siempre dijiste que no ibas a ser pero, al menos, tienes
pasta para comprar libros que podrás leer cuando vuelvas a estar en paro».
Seré un capullo vendido al capitalismo pero, al menos, soy consciente. Soy
consciente de que no me rindo del todo, que esto es provisional, que el dinero
que obtengo lo estoy empleando en algo útil y limpio (o de las cosas más
limpias y útiles que he encontrado y que se pueden comprar) y esto me da una
tregua. Desintoxicarse, limpiarse, ducharse dándose una vuelta por los estantes
y decirte aquí estoy, rodeado de gente extraña como yo que escribía o escribe,
y que también sufrieron por el pasillo estrecho del trabajo, del sustento.

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