Islas divergentes

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Vidas a la intemperie, de Marc Badal

 

Vidas a la intemperie,

Marc Badal

Pepitas de Calabaza

Precio: 17 €

Enlace para más información:

https://www.pepitas.net/libro/vidas-a-la-intemperie

Una de las evidencias que resaltó la pandemia fue la necesidad que tenemos de lo cercano. Planeó la amenaza del desabastecimiento sobre nuestras cabezas mientras nos quedábamos pegados a una pantalla, a dos o a tres, y el mundo en pausa. Sin embargo, los productos necesarios, como un milagro, siguieron llegando a las tiendas. Porque vivimos en las ciudades y en los países del primer mundo, pero nos alimentamos y vivimos de lo que se produce en los terceros mundos, en un más allá, en las periferias, en lo que queda desenfocado, en la oscuridad.

Desde entonces, creo que somos muchos los que hemos reflexionado sobre la labor del alimentarse, que más que una labor debería ser un eje en cada gobierno del mundo y en cada persona. Sin embargo, cada vez está más deshabitada la idea del campesino, sus inquietudes, su hacer, los precios con los que nos alimenta y nos alimentamos.

Por eso, por ese creciente interés, el club de lectura Literatierra, de El Cuadrón, propuso en su última entrega que habláramos de este libro. Porque allí, en El Cuadrón, sí que viven y conocen de primera mano a qué velocidad crece la cebada, cuánto cuesta llenar el tractor o qué es un celemín.  

Pero mucho antes de que la pandemia saltara de los libros de ciencia ficción a nuestro día a día, en 2017 Pepitas de Calabaza y Cambalache publicaron este libro titulado Vidas a la Intemperie, Nostalgias y prejuicios sobre el mundo campesino, de Marc Badal. En este libro, Badal pone el acento en la semilla, en el pan, en los planes económicos a gran escala y cómo han ido configurando (o no) a las clases campesinas.

En este libro Vidas a la Intemperie –que se lee casi sin darte cuenta, porque es ameno y no sigue una trocha clara, sino que va de aquí para allá, libremente, cogiendo y dejando temas– podemos ver la figura del campesino desde casi todas sus aristas: su perspectiva histórica, su lucha, silenciosa y silenciada, contra todo tipo de dominio e industrialización, desde sus maneras, sus habitares y su presencia en lo humano, en el paisaje y en sus utensilios. En definitiva, una panorámica sobre el campesino y su quehacer en este mundo tan digital y lejano que, sin embargo, aún sigue necesitando que se abone, se siembre, se riegue y se cultive la tierra. Y que se reconozca al campesino como se reconoce al profesor o al médico.

Sobre las jam session y la poesía contemporánea

 

Después de haberle dado muuuchas vueltas al tema jam session, os cuento que: Esto antes no era así. Ya sé, soy un viejo. Pero el mundo jam era un lugar donde unos cuantos frikis veníamos de los blogs y de nuestros pueblos de nuestras rarezas y nuestros anhelos, para juntarnos con otros raros que amaban la poesía. Y queríamos aprender, leer, ver cosas distintas. No tanto que se nos viera a nosotros, sino verles a ellos. A los que conseguían metáforas y poemas electrizantes.

Muchas veces lo recuerdo como un taller, otras como un juego, pero como nunca lo vi fue como un escaparate. Esta atmósfera, que viví y que ahora casi no veo, fue hace unos 10 años aproximadamente (yo tenía 10 años menos y seguro que lo veía todo con más benevolencia).

Sin embargo, lo que sí que creo que fue diferencial es que antes, cuando te gustaba la poesía, ibas a la biblioteca, te apasionabas, buscabas a tal o cual autor, te apasionabas más… y, después, con ese bagaje, te acercabas, con más miedo que otra cosa, a un lugar para compartir los versos que habías remendado. Y digo miedo pero no es miedo, es respeto. Porque has leído y sabes que lo que pone en ese papel aún no llega a lo que leíste en los libros. Y aún así necesitas compartirlo.

Hoy creo que sigue existiendo esa necesidad de compartir pero no tanto ese respeto. La distancia entre la pasión personal y el reconocimiento se ha acortado demasiado y se ha pervertido. Creo que el motivo pueden ser las redes sociales: la necesidad de presencia y reafirmación constante, el leer en casa (invisible) vs leer frente a un micro (delante de gente) empezó a ser una lucha desigual porque todos queremos ser aceptados y queridos (es así) y empezamos a ir a las jam, no tanto por la aventura y el conocimiento sino por el reconocimiento, la valía. En definitiva, los likes. Y nosotros, que éramos unos raros que, al juntarnos con otros raros (y geniales) nos sentíamos dichosos y felices, empezamos a ser raros también en las jam porque ya no solo valía que leyeras bien, sino que fueras joven, guapo y molón. Y eso es otra cosa. Y ya tiene que ver poco con la poesía. Y empezó a aparecer gente que la poesía meh, ni mucho ni poco, pero el molar sí, eso sí.

Y ahí aparecen los caraduras como el invitado a este hilo, que buscan subirse al carro, a la moda, y no importa que no tengan mucha idea, porque este carro está tirado con la ilusión de mucha gente que, al leer un poema que le ha emocionado, sueña con poder hacer lo mismo. Y, afortunadamente, serán minoría los caraduras, pero los hay. Porque a mí también me pasó y tuve que hacerlo público en redes y poner un burofax de final de contrato.

Y no, no puede ser que aquel lugar para algunos raros que buscamos aventura en las palabras, sea pervertido por sacar pasta de manera rápida y torticera. Por cierto, qué nadie le dé a esto mucha importancia. Está contado desde mi punto de vista y de manera subjetiva, pero también honesta. Yo soy un mindundi, nada más.

Ah, y por cierto más Neorrabioso y menos Marwan, más aventura y menos autopista, más metáfora y menos lugares comunes.