Estamos a 15 de julio. Lunes, además. Para muchos se acaba ese periodo de calma y libertad llamado vacaciones y empieza otro, un periodo de prisa y encierro llamado trabajo y por eso me ha parecido buena idea aprovechar el gozne entre el sosiego y el desasosiego (que cada uno escoja cuál es cuál) para escribir este cortito texto sobre el libro Gozo, de la escritora y pensadora Azahara Alonso, que leí hace unos meses y que justo esta semana, estos días, me ha vuelto a la cabeza.
No os voy a engañar: mi cercanía con Azahara precede a este libro. Ha sido mi profesora los dos últimos años en un curso de escritura y filosofía en el Centro de Poesía José Hierro. Obviamente me interesó su libro, porque la admiro en muchos aspectos, pero sobre todo me interesó su punto de vista sobre el proceso de escritura, el tema y la reflexión a la que nos invita.
Gozo es un libro pantanoso, valiente por su capacidad de escapar, es evocador, sugerente y mestizo. No es una novela al uso, por supuesto, y en ella Azahara alumbra y oscurece lugares, costumbres, hábitos para ponernos a nosotros, a los lectores, frente a un espejo.
Este libro, que es una pregunta sobre el trabajo, las vacaciones y, sobre todo, sobre el tiempo, busca sacudirnos. No pretende, creo, en ningún caso, establecer dogmas ni caminos sino que, a través de una isla, un paisaje, unos personajes, el lector pueda sentir la incertidumbre de aquel que viaja por incomodidad o búsqueda –que es alguien en las antípodas del turista–, por ensanchar y enriquecer la cotidianidad y no enterrarla detrás de un avión y un mojito.
Como buena filósofa que es, Azahara plantea preguntas, situaciones, no cierra escenarios ni acciones, sino que las deja flotando para que nosotros, los invitados, podamos completarlas añadiendo nuestras propias reflexiones. Esta situación puede crear incertidumbre a aquellos que buscan en Gozo una novela al uso, algo que leer sin alterarse mucho, pero es que Gozo es otra cosa. Hay que entrar en Gozo, creo, experimentarla, para que nos suceda.
Otro aspecto que quiero comentar aquí es la cantidad de «amigos» que trae Azahara a Gozo para que la acompañen. Escritores y filósofos aparecen no como meras comparsas o espirales autoreflexivas o pedantes, sino que añaden contenido y llevan la narración a otra altura, más compleja y líquida, también mucho más nutritiva. Para Alonso, desde luego, estos autores son una parte de la realidad que nos quiere transmitir, mucho más necesaria, por cierto, que un punto en un mapa o un nombre concreto.
Y ya con esto termino. Como habéis visto, ni he citado partes del libro, ni autores mencionados por la autora ni ninguna otra precisión, pero es que creo que es mejor así. He dejado el nudo de la reseña sin apretar por emular el estilo de Azahara Alonso en Gozo. Ojalá que os haya animado a echarle un ojo.

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