Durante muchos años, confieso, fue muy presuntuoso. Me creí capaz de abarcar y digerir el mundo entero, con sus atomizadas maneras de pensar, sus complejas maneras de relacionarse y con idiomas de aquí y de más allá. No voy aquí a enumerar (creo que lo he hecho demasiadas veces) los países en los que he vivido, las lenguas que hablo o los títulos académicos. Estas capacidades (si lo son, que lo dudo), me han llevado a una escala externa a la de mi pueblo (obviamente), y me han enriquecido enormemente, pero, de lo que no se da cuenta la gente es que más no suele ir acompañado de mejor. Lo explico:
Todos estamos en el pantano del más. Esto es así. Vivimos en el capitalismo, y, por su propia definición, es expansivo, global, voraz y omnívoro. Y, así, te enseñan a ser y a comportarte, incluso aunque tengas, como era mi caso, una ideología contraria. Incluso en la reacción queda impregnado el mismo método del más. Porque si el más capitalista tira por aquí, pues yo, que soy el más anticapitalista, pues tiro para allá. Buah, y qué pedante puede ser un anticapitalista intenso. Uf, pedante, pedantísimo, pesadísimo. Seguramente igual que su contrario, partidario de las supuestas bondades del capitalismo.
Pues eso, básicamente, ha sido mi reflexión. Ya no busco abrazar el mundo, descubrirlo, sacarle jugo. Siempre recordaré y suelo hablar de este momento para ejemplificar lo que pienso. Cuando, en 2011 fue el 15M, con su ilusión, con su globalismo, con su potencia y su ingenuidad, yo necesitaba vivir en Madrid, en la ciudad, porque Madrid era un vértice, todo estaba a punto de suceder, el mundo y el cambio era asequible. Y, como yo, lo creímos muchos. Y qué bello fue.
Sin embargo, la ingenuidad y la prepotencia pueden ir de la mano, ya ves. Y yo fui bastante prepotente al pretender que los ideales de 4 locos (éramos 4 locos, qué le vamos a hacer) se impusieran a una mayoría que, en aquel momento, estaba más o menos tranquila en el bipartidismo.
Por eso, con el tiempo empecé a pensar ¿Qué necesidad tengo yo de convencer a los demás de que mis ideas, de que mi mundo es más bello, más justo, más necesario que el suyo?, ¿hablo yo o habla mi ego?
Por eso, ya no busco el cambio de la humanidad a partir de mis puntos de vista o mi criterio sino que actúo donde puedo actuar. Hablo con quien puedo hablar y hago lo que puedo hacer, pero ya no me frustro. Escribo, leo, sigo creyendo y dejando de creer, contradiciéndome. Escucho a una vecina que tiene 80 años y que seguramente habrá votado a VOX y leo libros anarquistas. Ya no pienso en el más sino en el mejor, y en este mejor cabe el fracaso y la derrota. También el descanso y la paciencia y queda fuera la competición. Pero respiro, la revolución ya pasó, como todas, y demostró que fue posible pero a costa de ser otra cosa.
Ahora vivo en mi pueblo de siempre, tranquilo, aprendiendo cosas poco a poco, intento leer solo un par de libros al mismo tiempo, que la ansiedad no me paralice. Escribo, de vez en cuando, tampoco con necesidad, como en la época de Ojo y ventana o Cercanías y escribo estas reflexiones porque me apetece, aunque no las lea nadie aunque habrá algún interesado que dé me gusta para ver si le cae algo por mi parte.
Vamos, resumiendo: que para apreciar lo que tengo (que no tengo, sino que me sucede o sucedo yo con ello, más bien) es necesario bajar las revoluciones y mirar mejor, dejar que el tiempo me suceda.
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