Islas divergentes

Raíces, barro y avispas

 



En la piscina pública crecen los ojos como medusas gigantescas
y allí aprendí la dimensión del mundo,
la textura de los pezones en el agua,
el veneno de la cercanía de los cuerpos mojados,
y un derroche de crema solar,
pequeña resistencia a convertirnos en madera viva y feliz.

Escuadrones de animales a medio hacer,
olor a lejía y bocadillos en papel albal.

El verano se dejaba acariciar sobre un abecedario de toallas sobre el césped salvaje,
raíces, barro y avispas,
vida despeinada.

El sol nos secaba la ropa y nos aligeraba,
nos volvía casi transparentes,
nos hacía cómplices de lo líquido,
sudorosos,
animales en la intemperie de la tormenta de luz.

Esa fue la frontera, la cúspide del termómetro,
ahí quedó la meta,
abandonada,
y lo que quedó fue un enfriarse, una resaca de luz,
un resfriado insoportable.

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