Pecho de lata, eslabón corroído, pulso inestable del caballo flaco llamado progreso.
Soy Sísifo, el usar y tirar de días manchados e iguales, raíz muda y viaje en círculos.
Soy Sísifo condenado, estación final del hombre en serie y los sentidos cortados con cuchilla cauterizados los tendones del amor tapiadas las salidas de emergencia.
Soy Sísifo y escupo mi nombre a las abejas libadoras que cosechan minutos y producen nóminas y pequeños grumos de azúcar que llamamos dinero.
Soy Sísifo y grito a los dioses que manejan los barcos, los semáforos y los buses de línea, les grito que empujaré su piedra, descansaré las brújulas y volveré a casa, que la luz de Mérope en la noche no me ciegue y me guíe, que en el cerrar los ojos despierte mi cuerpo y se borre vuestra condena, ¡oh, dioses impolutos y tristes! envidiosos de nuestra angustia, de esta asfixia llamada muerte y de sus helechos del placer donde nos escondemos.
Soy Sísifo, os digo, el que masca piedra a diario y cada noche Mérope no aterriza en mí no aterrizo, todo es un ensayo macabro, un diálogo de muebles y ruidos, la escarcha que silencia nuestro deseo como ancla dormida, el jarabe de las pantallas encendidas, su trampa viscosa llamada «series».
Soy Sísifo, el que encontró a Mérope en los arrabales de la ciudad, en las afueras donde los caminos se abrasan de soledad, marcaré tu nombre en mi lengua «Mérope», y en cada palabra un incendio con tu olor.
Soy Sísifo, el perdido, el condenado, volveré a casa.