Incluso
los del primero escucharon los gritos, los golpes. En el primero A
subieron el volumen, en el B, se fueron a dormir un poco más
temprano.
Más
arriba, en el
segundo, no había nadie. Estaban fuera cenando. En el tercer piso,
había miradas esquivas, de miedo, pero todo estaba bien, aún, en
sus salones.
En
el cuarto explotó un vaso contra el suelo. No pasa nada. Alegría,
alegría con sonrisas forzadas mientras los niños se tuvieron que
poner zapatillas. En el quinto una pareja estaba abrazada, sufriendo
los golpes y aún más los gritos.
En
el sexto nacían y morían los gritos, los golpes, y todo era dolor.
Pero ella, en un descuido del dolor, consiguió escapar y bajar
sangrando las escaleras, para pedir ayuda.
En
el quinto sus golpes en la puerta juntaron más a la pareja. En el
cuarto, su llamada llegó tarde. Los niños son lo primero, dijeron
entre ellos. En los terceros y segundos tuvieron miedo, ¿Quién
será?, dijeron. Nosotros no hemos hecho nada malo. Cuando ella llegó
a los primeros, todo el mundo soñaba o veía la tele. La irrealidad
siempre viene bien en estos casos.
A
la mañana siguiente, la
mujer del quinto piso tenía un ojo morado, en el cuarto, los niños
gritaban y gritaban y sus padres solo podían llorar y pegarlos para
que se callaran. En el tercer piso, a la mañana siguiente, había
trozos de platos rotos por el suelo y algunas gotas de sangre. En el
segundo, seguían durmiendo, soñando con colores y formas diversas.
Los del primero A, encontraron el suicidio de la televisión en el
salón y en el primero B nadie pudo dormir. Los ojos no se podían
cerrar.

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