Jacek Yerka
Un puñado de abejas bailaban en tus
mejillas
pero a nosotros no nos importaba.
Imposible ver nada con aquel ritmo de
cascadas,
aquel encuentro de selvas y cuchillos.
Todo era normal pese a ser diferente;
tener a cada paso menos cuerpo y más
caballos locos
en las manos.
Pero los caballos poco a poco se fueron
calmando y se convirtieron,
de repente,
en simples muebles de oficina
en dedos
en angostos cinturones y las ganas por
abrirlo todo
(por morderlo todo y probar todas las
sangres)
se fueron,
de una en una
a la fría fila del paro.

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