Islas divergentes

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Navidades

 

Fotografía de Joakim Eskildsen 


Navidades derretidas en lo adulto, vacaciones mirando el correo del trabajo de reojo. La soledad y la ansiedad merodean la puerta y no hay quien avive el hogar del pasado, el del caminar sin barandillas ni desempleos. Es Navidad y las calles y las luces son, pero hacia dentro, la multitud se agolpa por detrás de las puertas, el miedo es invisible, pesado y no deja nunca de mirarte.

Lo peor del miedo, del virus, no es la asfixia propia sino el estúpido pero incontrolable sentimiento de culpa, el sentimiento de irresponsabilidad, el sentimiento de daño alrededor.

Y ante el daño, la asfixia y el miedo hacemos acopio de lo bello, de lo querido. Las más cercanas amistades. El amor más pequeño e indispensable. La familia más diminuta y esencial. Solo cogemos del mundo su esencia, un par de tardes, un par de momentos a la mesa, y le damos lumbre. Lumbre para calentarnos este presente doloroso y quebradizo, dudoso y frágil: tiempo de incertidumbre donde aún seguimos vivos.

Segunda edición de El Despertador de Sísifo, con Lastura ediciones


Hace dos años y medio yo no sabía nada de las oposiciones en las que ahora ando metido. No me planteaba meterme (ni loco) al estudio de 50 temas, 7 de ellos de legislación. Trabajaba y ahorraba, tenía trabajos más o menos esporádicos, trabajaba de corrector y de administrativo en donde pudiera/donde me quisieran.

En esa época mi lema era «Trabajar para sobrevivir/la poesía para vivir» y me conformaba con desperdiciar 40 horas a la semana con tal de que, después de salir de trabajar, pudiera ser libre. Tapaba parte del río para mantenerme a flote, no hundirme en la incertidumbre de no tener trabajo y, a la vez, seguía habiendo corriente que me mantenía vivo.

En esa aparente estabilidad escribí este libro, El despertador de Sísifo. En el hollín del transporte público, en las marcas de sudor en las paredes de la oficina, en un presente hecho de niebla y libros de poesía en los rincones.

Hoy, mucho tiempo después, mi vida ha dado un vuelco. El río corre suelto porque trabajo cada día por conquistar un horizonte llamado Bibliotecas que me hace feliz. Trabajo en la UAM, ya no existe el óxido y el sacrificio de las 8 horas y Lastura publica la segunda edición de este libro sobre trabajo y poesía que, sin embargo, habla de amor, como todo lo que escribo.

Os dejo parte del prólogo de mi querido Alberto García Teresa:

Jorge García Torrego elude la impostura porque habla desde dentro del conflicto, desde la anulación por el trabajo y también desde la angustia y la incertidumbre del desempleo. No es cuestión de autenticidad sino de que no existe otra posibilidad de enunciación, por más que intenten desplazarnos como imanes cánones de tradición o discursos del mercado, cuando nos siguen determinando el estómago y las manos desnudas. De ahí la honestidad y la valentía de esta propuesta. Porque no juega a los espejismos. Porque no se desliza por el autoengaño. Porque no renuncia, con su propia voz, a mirar la vida y ver cómo nos la roban.


 

29/6/2020

En la batalla por la atención que es internet, que es este mundo internetizado, mi endeble poema hecho de barro, ramas y costras nunca vencerá a la colmena de luces y explosiones que atrapa nuestra atención. El insulto, la lucha, el conflicto en mayúsculas.
Esa batalla la tengo perdida. 


Sin embargo, yo busco la tecla que no existe entre dos palabras y, de vez en cuando, aparece. La toco, muevo los dedos en el aire, y escribo.


Leo poemas de aquellos que miraron manteles, que miraron cucharas, que miraron cejas y construyeron imperios delicados y eternos. Leo poemas de aquellas que miraron una rosa e hicieron la revolución (AP como rompehielos), de aquellas que hicieron puentes, que hicieron telares con geranios y vocales desahuciadas.
Por eso, a pesar de la velocidad, de la luz, de la ceguera, intento poner la tilde no en el acento sino en el acantilado entre vocales, en lo pequeño e importante, en las hebras que nos levantan del suelo. 


A pesar de su invisibilidad, a pesar de su nimiedad, a pesar de su silencio. A pesar de todo esto, cultivamos la palabra.