bailo cansado el silencio de la noche que tu dejas detrás de
ti como moscas muertas.
Paladear el ruido de campanas que amanece cuando te levantas
de la cama y me miras la médula para que todo siga bien, enganchado todo al
rayo vegetal que somos juntos.
Te eché de menos como las fieras, golpeando mi cabeza contra
el muro de tu silencio y espacio vacío. Como ducha caigo en tu piel en los días
calientes de sogas y ladrillos gastados. Estoy buscando el país que soy, el
territorio que he sido siempre y que quiero llenar de maleza. Hierbajos
sagrados que permitan el refugio de los zorros y las perdices, aterrizaje para
el sol de las 8.15 de la mañana.
Vas al trabajo y en el camino queda el imperio de saliva que
fuimos en la noche. Yo cuido la cabaña y desordeno el aullido. Caliento la casa
golpeando las paredes para que cuando vuelvas manchada de ciudad puedas
calentarte los labios.
Juego de parejas con frío y calor, somos la órbita de los
locos que no alcanzan nunca el centro del fuego sin palabras pero que extienden
sus manos como brújulas.
Tengo una casa que no es mía y ya es refugio antinuclear por
la energía de los libros empotrados en la pared, moviéndose en espasmos, como
turbinas que quieren enchufarme su latido. Aquí compartimos el amanecer
continuo de tiempo. En este rectángulo infinito de 30 metros.
Para llegar a ti, volveré a buscar abrigo para todos los
niños que fui y que pasan frío entre mi húmero y mi muñeca. Ahí alojo yo los
recuerdos pero noto un exilio. Ya no recuerdo el escenario para mis juegos y no
se escucha viento. Algo se me escapó de las manos y yo solo miraba hacia
delante, aunque me moje de muerte a cada paso no puedo dejar de mirar hacia
delante.
A veces meto la mano en el fondo de mí, como el mago o la
comadrona, y encuentro trozos de carne que te regalo, como hace el lobo con sus
crías.
No hay comentarios:
Publicar un comentario