salida de la noche. Aparecida en medio de la casa como cada
mañana sin que nadie lo investigue, sin
que nadie venga a estudiar esta brecha en el espacio tiempo. Te levantas y creces
en mejillas y la el recuerdo de aquellas risas que tienes en la cara. Esas
arrugas curvadas que dicen “aquí hubo fiesta en días azules, soy un huerto para
carcajadas futuras”. Y tus hoyuelos como pozos de agua fresca, banco de peces
como flechas a mi felicidad.
Me levanto y en tus ojeras diminutas, como barricadas de
cansancio, planto yo mis manos torpes para intentar derribarlas. Restriego mi
lengua de gato viejo y torpe para curarte los relámpagos de pesadillas.
Llevamos meses sin ir al supermercado a por fruta. Desde que duermes conmigo,
cada mañana aparecen plátanos, maracuyás, phisalys y mangos de debajo de la
cama y esto se nos ha ido de las manos.
Eres el camino por donde vuelvo al mundo, el escondite donde
salgo de él. Los días de la semana que sí que paso contigo los guardo como
canicas únicas en el mundo. Como piedras de río que trabajamos con la lija de
nuestros cuerpos.
Me estoy llenando de ti desde el fondo. Como si fueras
radioactividad o mercurio llegas hasta el fondo donde tu sustancia no se
diluye. Soy la bombilla que lleva 30 años apagada y de repente llegas tú, me
enciendes, y te desnudas.
Ya puedo tirar toda mi sed antigua a la basura porque esta
sed nueva no quiere esa agua. Quiero un agua filtrada por ti, tu sudor, el
recreo de los delfines.
Lagartija que nunca pierde la cola, puñado de coral
encontrado en una esquina de la ducha, un trozo de mar atrapado en un cuerpo.
Los días sin ti se alimentan de plomo y no quieren irse nunca.
¿Qué imperio dejaste atrás para unirte y sujetar a este árbol que intenta fruto?

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