Digamos tres años atrapado en el suelo, queriendo salir para
decirnos “he vuelto, hacía frío en lo oscuro”. Digamos que fuiste un abrigo
cuando me lancé fuera de casa a buscarme los límites y era intemperie, claro,
ese Santiago de Chile recién abierto. Alberto, amigo, primo, negro, que tenías
manos como grandes palomas de arcilla y te reías de mí cuando no me atrevía y
me decías, “weón, disfruta y relájate”. Y yo que era pequeño y plumón veía tu
ejemplo en las huellas del vino de tu vaso.
Tres años ya que no estás y yo miro tu perfil en el
facebook, doy vueltas pensando si llamar al timbre de aquella casa que
compartías con la flaca, con África, aquel puente tan delgado y firme que nos
unió al principio. Hoy es 24 de diciembre y te echo de menos. Es tu cumpleaños,
un cumpleaños que se alarga no sé donde ni como, pero que espero estés
compartiendo con amigos, como siempre.
Me llamó África desde Chile, allá. Chuta weón, caleta de
recuerdos en esa llamada. Yo que Chile lo tenía casi puesto en un estante, ahí
arriba, donde guardo los mejores libros. Me dijo “siéntate, cariño” suave, así
como habla la flaca que parece que te está acunando. Lo sabes bien. “Alberto. Tuvo
un accidente hace una semana. Y...está muerto”. Y yo que no sabía por dónde
salía el manantial del dolor. Que no tenía amigos perdidos, de repente, te me
fuiste. Te nos fuiste. Te escurriste de nuestras manos que te pedían que aún
no, que era demasiado pronto, que ya estaba lista la mesa. Sé que fue poco
tiempo y que nuestra amistad fue intensa.
Recuerdo aquella noche en la casa de
tus padres en Los Andes, durmiendo juntos en un colchón inflable que perdía
aire por todos lados. Nos contamos los secretos que nos chocaban la piel por
dentro y ahí se nos hizo eterna esta amistad ya curtida. Eso era, amigo, lo que
te quería decir. Que te recuerdo, que no te olvido, y gracias por todo aquello
y todo esto.

No hay comentarios:
Publicar un comentario